sábado, 28 de noviembre de 2009

YO SOY MI PASADO


El pasado 25 de noviembre de 2007, Kevin DuBrow, cantante de la legendaria banda de rock pesado de los 80 Quiet Riot, fue hallado muerto en su casa de Las Vegas. Su muerte, producida en medio de “extrañas circunstancias” (su cadáver fue descubierto 6 días después del deceso, ya que vivía solo: no tenía esposa ni hijos) fue materia de investigación y, al menos, en los medios no fue divulgada la causa, pese a que motivó severas especulaciones –con referencia a las drogas y los excesos. Todo lo que daría, siquiera, para un episodio de CSI Las Vegas.
Con respecto a Quiet Riot, unos dicen que en la década de los 80, alcanzó gran popularidad porque su disquera invirtió millones de dólares para que todo el mundo escuchara sus temas –como Cum'on feel the noize o Mama weer all crazee now– que realmente no eran suyos, sino covers de la banda inglesa Slade. Otros se refieren a QR como la banda que abrió las puertas del mercado y el público masivo al heavy metal, al llegar al número 1 de las listas de éxitos.
Dicen que de los muertos nadie habla mal, en el caso de DuBrow, se ha dicho que se pasó la mitad de los 80 haciendo comentarios despectivos sobre sus compañeros de profesión (por lo cual muchos llegaron a odiarle y celebraron la caída en desgracia de Quiet Riot en años posteriores) y la otra mitad, dedicado al sexo y las drogas. Que salió de la banda después del fiasco de ventas de QR III y sus malas relaciones con el resto del grupo y volvió junto con sus colegas de siempre en un retorno que si bien no fue multitudinario, nadie puede negar la dignidad que tuvo y los buenos conciertos que se ofrecieron.
Finalmente se le conmina a un cómodo lugar en la nostalgia retro de Las Vegas, adonde se trasladó para convertirse en un tipo más afable, al que con el tiempo se le bajaron las ínfulas de las que lo acusaban y olvidó viejas rencillas con otros músicos que perdonaron sus salidas de tono y casi todos terminaron hablando bien del viejo Kevin.
No es mi intención defender un estilo musical, el llamado hair metal o rock de peluquería, un pop metal chingón y chafa –lo llaman sus detractores–, que a mí sin más razones me encanta, ni exaltar a alguien que criticaban limitándose a su estrafalaria facha o su desusada cabellera (si era postiza o no, si él había recurrido a la cirugía para hacerse implantes o no), o sus actitudes –propias de cualquier rockero de Los Angeles–, a quien considero héroe de la voz rock y tuve el placer de ver en un excelente concierto. Sencillamente quiero honrar su memoria y rendir un homenaje a su presencia en este planeta.
En 2004 DuBrow dijo a Worcester Magazine:
«He leído entrevistas donde tipos engreídos están tratando de escapar de su pasado. Yo soy mi pasado».
THE WILD AND THE YOUNG
–LO JOVEN Y LO SALVAJE–

For those about the rock… we salute you.
(A todos los que les gusta el rock… los saludamos.)
AC/DC
Qué risa me da esa falsa humanidad de los que se dicen buenos.
No perdonarán mi pecado original de ser joven y rockero.
Si he de escoger entre ellos y el rock, elegiré mi perdición.
Sé que al final tendré razón… ¡Y ellos no! Mi rollo es el rock.

Barón Rojo
Los rockeros van al infierno»

Una de las pocas motivaciones que tengo –o más exactamente, la única– para trabajar cuando lo hago es el dinero que gano. Aunque habitualmente no es mucho, es algo. Y con él puedo comprar y hacer muchas de las cosas de las que me he estado privando en los tiempos de escasez. Así es que si me sacrifico trabajando –porque definitivamente para mí es un suplicio–, con lo que gano debo permitirme ciertos placeres. Como beber Jack Daniel’s, probar deliciosa comida en un buen restaurante, comprar CDs y libros que me gustan y uno de mis más grandes antojos: ir a conciertos de rock duro o metal pesado.
Quería ir a ver a Sodom –thrash teutón– pero no pude. Y me sentí frustrado. Había comprado un abono por la mitad del precio del tiquete. No pude reunir el resto. El día en que se llevaría a cabo el concierto, incluso intenté empeñar mi viejo VHS. No lo recibieron en monte de piedad alguno. Empaqué el aparato en un morral y salí con mi hermano a recorrer la Décima en un desesperado intento por conseguir para terminar de pagar la boleta. Parecíamos un par de hampones que acaban de agenciarse un electrodoméstico. No nos sentíamos nada cómodos. Y para completar el desastroso cuadro, llovía como si el condenado cielo llorara desconsolado sobre nuestras humedecidas ilusiones. También mi hermano quería ir al concierto y tampoco podía: no tenía empleo. Habíamos estado yendo a conciertos a lo largo de más de una década. Tanto de bandas nacionales como internacionales. No eran muchos: él había ido a uno que otro que yo no, y viceversa. Somos fanáticos de esta música pero lamentablemente no tenemos cómo saciar nuestras ansías por ella. Terminamos en la disco-tienda donde vendían los tickets pidiendo que me regresaran el dinero abonado porque no pude conseguir el resto.
Aunque la tarde todavía no llegaba a su fin, el cielo se había oscurecido demasiado pronto. Vimos a dos paisas que habían llegado hasta Bogotá en busca de Sodom (al contrario de Loth, que huía de ella, me refiero a la bíblica ciudad de Sodoma, palabra de la que proviene el nombre del grupo alemán). La anterior presentación de Sodom en Colombia había sido en Medellín, unos años atrás. En ese entonces fueron los bogotanos quienes tuvieron que peregrinar hasta allá. No es nada fácil, para un fanático del heavy metal, sobrevivir. Generalmente se trata de rebeldes que no se someten dócilmente a las normas sociales tradicionales, pero que a la vez son verdaderos guerreros, con fieras convicciones. Como hay que ser. Y no un sometido de porquería como yo. Esos dos parecían de aquéllos. Trataban de conseguir el dinero vendiendo negras camisetas estampadas. Quién sabe si lo lograrían.
Para celebrar la derrota, mi hermano y yo, fuimos a un bar de rock a beber cerveza y ver video-clips de antaño. Ropa de cuero, largas melenas, gestos agresivos, actitudes desafiantes, música estridente. Cada vez que oigo las bandas de la vieja guardia me traslado en el tiempo: a la década prodigiosa, los 80, siento el clamor. Como si fuera un combatiente que va a la guerra. Es emocionante y liberador. ¡Qué bueno sentir pasión por algo! No importa si es heavy metal, fútbol, porno, movimientos bursátiles, apuestas, delitos, experimentación científica o reflexión filosófica. Lo esencial es sentirse completamente vivo. Oír cómo palpita el corazón. Y morir por ello o al menos tener la firme intención de alguna vez estar dispuesto a hacerlo.
En el bar donde estábamos, un cartel anunciaba el próximo concierto internacional: juntos Barón Rojo –la más importante banda de metal en español– y Quiet Riot –una leyenda viviente del hard rock californiano. A ese sí tendría que ir. Me lo prometí a mí mismo. Y cumplí.
Tampoco a ese pudo ir mi hermano. La que sí pudo ir fue mi hermana menor. No es que sea una fanática apasionada como nosotros dos, pero por supuesto ha tenido nuestra mala influencia. Aunque fuimos juntos, dentro no estuvimos los dos: ella tenía entrada para una localidad más costosa. Así que estuve solo durante el concierto. Eso no me afectaba, claro. Casi era costumbre. Eso sí, lamentaba que mi hermano no hubiera podido ir.
Un instante después de entrar escuché los acordes de «Rock n’ roll» de Led Zeppelin, interpretado por una banda nacional llamada Fire Angel, que tocó unos cuantos temas más. Fue un buen comienzo. La energía comenzó a fluir. Sentía el clamor. Como si fuera un combatiente que va a la guerra (¡Ups!, dejâ vù). Todo era buena onda. Siempre ha sido así. La gente común tiene una imagen distorsionada de lo que en realidad es un concierto de rock pesado, por lo que ha sido satanizada por los mass media y el establishment. No es ninguna orgía sangrienta y narcótica. Es sólo una fiesta, una celebración como cualquier otra. Hay alegría, sensaciones encontradas y hasta fraternidad. También descarga de furia y demostración de fortaleza. Es un ritual y, sí, se consagra con licor y drogas (como el vino en la eucaristía o el yagé entre los indios), aunque no es obligación: mi hermano y yo, por ejemplo, generalmente pasamos de eso. Y la rebeldía que le es propia es una expresión de libertad, que no llega a la criminalidad, ni al vandalismo siquiera y últimamente tampoco a la desobediencia: nos prohibían usar botas con puntera o manillas con taches y llevábamos zapatillas deportivas y manillas de tenista teñidas de negro; el completo negro luctuoso seguía siendo la indumentaria imprescindible, aunque muchas de las melenas habían sido recortadas.
En los conciertos se sufren apretujones, empujones y pisotones, pero no más que en el transporte público en hora pico. Hay, quizá, demasiado sudor y hedor para mi gusto. Sin embargo, lo soporto si es necesario. Esta vez no lo fue. Estuve gran parte del tiempo confortablemente sentado en las sillas de las graderías del Palacio de los Deportes, donde fue el show. Y otro tanto, de pie sobre ellas, piernas abiertas, brazos batientes, gritando mis canciones favoritas, pleno, libre, feliz, extasiado. Durante un largo e inolvidable rato. En medio de un montón de jóvenes y no tan jóvenes (había unos paisas veteranos, una rockera de antaño que cantó todas y cada una de las canciones que se interpretaron, y hasta una familia: papá, mamá y un hijo quinceañero).
Como Quiet Riot rememora las bandas ochenteras del llamado sleazy rock o rock de peluquería por las frondosas cabelleras, los rostros maquillados y las vestimentas vistosas y coloridas, muchos de los asistentes estaban ataviados a la usanza: con botas vaqueras de piel de serpiente o zapatillas deportivas blancas, pantalones estrechos estampados como cebra o leopardo, camisas de fémina con ripios y encajes, cabellos rizados, estolas, pañoletas y bandanas de seda o muselina.
Los fans de Barón Rojo lucían más austeros: jeans, botas militares, playeras, camisetas o remeras negras, chamarras, cabellos ralos y coronillas despejadas como de franciscano. Los jóvenes rockeros del pasado estaban haciéndose mayores –y yo con ellos– pero sin envejecer: eran –¿éramos?– eternamente adolescentes, al menos de espíritu. Y nuestra rebeldía permanecía, así el pelo largo ya no estuviera y jamás hubiéramos tenido en los agujereados bolsillos de nuestros desgastados, apretados y oscuros jeans suficiente efectivo para comprar pantalones de cuero.
A pesar de su despliegue, tanto para Quiet Riot como para Barón Rojo, los años tampoco habían pasado sin dejar huella. Kevin DuBrow, el vocalista, hacía malabares con el soporte del micrófono, engalanado con una cinta como bastón de porrista. Su voz seguía impecable: sus gritos tan agudos como siempre. Frankie Banali –de ancestros latinos– fue implacable en la batería, dio muestra de técnica y potencia y se dirigió al público en nuestro idioma. Chuck y Alex, bajo y guitarra respectivamente, dieron la talla, sin mayores muestras de virtuosismo, salvo un par de solos de cada uno. Fue un buen espectáculo. Cuando sonó «Cum on feel the noize», creí enloquecer. Había estado esperando más de 15 años por esto.
Cum on feel the noize… Girls rock your boys…
We'll get wild, wild, wild… Wild, wild, wild!!…
A propósito, generalmente en los conciertos me concentró en las bandas y su música y mi libido se adormece. Antes solía activarse mi instinto tanático en lugar del erótico. Ya no. Simplemente me entrego al goce estético. De vez en cuando aprovecho, como cualquiera, los tumultos, pero jamás me dedico a conquistar chicas, que –lo he visto– resultan facilonas. Apenas contemplo las que están buenas, especialmente las paisas que llegan.
Vi una en particular que llamó mi atención. Sobre todo porque tenía un bolso con la forma del rostro de Jack Skellington, el personaje de The nightmare before Christmas, la película que aquí llamaron El extraño mundo de Jack y le adjudicaron como director a Tim Burton (creador y productor) cuando en realidad era Henry Selick. También, esta Sally (la llamo así en referencia a la acompañante de Jack en el film, que es mi favorito de animación), llevaba un apropiado jersey a rayas rojas y negras. Por esta alusión que hacía y su ajustado pantalón negro, que dejaba ver una buena porción de tersa y sonrosada piel cada vez que se sentaba sobre el suelo, me pareció irresistible, estimulado además por la sensualidad de algunos de los temas de la banda gringa, que como las demás del rock duro, celebran el amor libre, espontáneo, placentero, festivo y efímero. Los Quiet Riot igualmente hicieron un sentido homenaje al gran guitarrista, el mejor del hard rock americano, Randi Rhoades, que caló profundamente en el alma metálica de los duros rockeros.
Poco después salió Barón Rojo. Con un aspecto mucho más maduro o quizá avejentado. Carlos, cantante y guitarrista –que junto con su hermano, Armando, han comandado la banda desde hace unos 25 años–, andaba por el medio siglo de edad. Sin embargo la vitalidad, la energía y el entusiasmo permanecían, aliados ahora con la exquisitez del profesionalismo. Dieron cátedra musical. Hicieron excelentes versiones de clásicos de AC/DC («Highway to Hell») y Deep Purple («Smoke on the water»), himnos del heavy, y tocaron fragmentos de piezas de música clásica como verdaderos maestros. Hubo solos y duelos de guitarra, mientras los hermanos De Castro, con sus 5 décadas encima, iban de un lado para otro del escenario, haciendo el paso de baile de Angus Young de AC/DC o levantando sincronizados la pierna como bailarinas de can-can. Algo inolvidable definitivamente. Y buenísimo. Interpretaron todas sus canciones malditas, como «Hijos de Caín», «Satánico plan (Volumen brutal)» y «Las flores del mal», que, a propósito, tienen letras que parecen influidas por la rebeldía simbolista y la bohemia poética de los nuevos tiempos.
Salí satisfecho y contento de haberme reunido con mucho de lo joven y lo salvaje –o The wild and the young, todos los que tienen sueños y quieren ser libres, para quienes el sol nunca se pone pues son almas en permanente fuga, como en el tema de Quiet Riot– que queda en esta apática, pasiva, conformista, complaciente, prematuramente envejecida juventud, abocada a la llamada seriedad o la supuesta madurez de la ficticia estabilidad laboral, llena de un patético conformismo rayano en la apatía y que apenas es manida displicencia y dista demasiado de la realidad. Y no dejé de sonreír al pensar que me estaba condenando al fuego eterno y a mantenerme apartado del seno de Dios (¿Será un Tiresias?) y la buena sociedad, por libre y propia elección, ya que “los rockeros van al Infierno” –como dice Barón Rojo– y yo, a veces, me considero uno de ellos.

domingo, 25 de octubre de 2009

EL MUNDO PARECÍA QUE IBA A ACABARSE EN CUALQUIER MOMENTO

Era una noche de viernes. Íbamos en un taxi rumbo a una emisora de radio. Para hacer un programa sobre Raúl Gómez Jattin… Habíamos estado bebiendo. Yo llevaba una canción en la cabeza, usando mi mente como mp3. Susurraba la letra mientras mi amigo y colega negacionista de visita en Bogotá (pues ahora vivía en Caracas) conversaba con su novia. Cuál no sería mi sorpresa cuando al llegar al lugar sonaba exactamente la misma canción. Era «Picando el cielo» de Catedral. Aquello resultaba del todo improbable pero increíblemente cierto. El disco tenía más de 15 años y pese a que una de sus canciones se usó como cortinilla de un programa de radio dedicado al rock nacional, hacía bastante que había dejado de programarse. Aquel primer y único álbum salió en la que podría llamarse época de auge del rock alternativo en esta parte del mundo. Es una joya de colección hecha por una banda que marcó uno de los más interesantes momentos de la historia reciente del rock en Colombia y que además de su música proporcionó a una de las más importantes y emblemáticas figuras de la escena: Amós Piñeros.
La primera vez que le vi fue durante un concierto en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán. Se reunían las tres bandas esenciales del momento: Aterciopelados, La Derecha y Catedral. Ambos, Amós y yo, éramos todavía muy jóvenes. Casi de la misma edad, él cumple años un par de días después que yo. Recuerdo mi primer contacto. Fue a través de una patada. Había un pogo en el que él estaba metido. Acababa de bajarse del escenario, luego de que Catedral tocó. Y me pareció que sufría una especie de complejo de estrella pop porque no permitía que nadie lo tocara en tanto arremetía contra todo el que se le atravesara. De hecho decía «A mí no me toquen». Éramos jóvenes. Su actitud me enfureció. Me acerqué con cautela y le di un puntapié de futbolista uruguayo en la parte posterior de uno de sus muslos. Éramos jóvenes. Debió dolerle. Se volteó enfurecido pero para entonces ya yo me había escabullido. Agarró al primero que encontró: un chico más bien weirdo
[1] que se puso pálido del susto. Intercedí por él. Cuando Amós dolorido y furioso le acusaba, dije que el chico evidentemente era incapaz de atacarlo, que alguien más habría sido. Al final le dejó ir. Me sentí satisfecho. Aquella vez Amós llevaba una camisa a cuadros. Yo también. Él era el mejor en lo suyo. Yo también. Pero se había equivocado. Yo también.
El tiempo pasó. Vi a Catedral unas cuantas veces más. Nunca volví a estar cerca de Amós. No había comprado el cd sino el cassette y no tenía en qué escucharlo.
Entonces apareció Ultrágeno. Una agrupación que adoré por tener un sonido tan innovador, una energía implacable en vivo y una honestidad, compromiso y rectitud inverosímiles para una banda de rock. Cuando sacaron su segundo disco: Código Fuente, yo era novio de una chica preciosa cuyo amor platónico era Amós. Ella amaba a Amós, yo la amaba a ella y a Ultrágeno y el mundo parecía que iba a acabarse en cualquier momento.
Después Amós salió del país. Fue a España y allá conoció a uno de mis mejores amigos. Ahora ellos eran amigos. En cierta ocasión coincidieron de visita en Bogotá. Amós asistía a Bogotrax y yo acompañaba a mi amigo cuando se encontraron. Cuando mi amigo y Amós se dieron un fraternal abrazo al saludarse, sentí un poquito de envidia de que no fuera yo quien hubiera tenido la oportunidad de ser amigo de alguien a quien admiraba. Cuando me despedí con un abrazo fraternal de mi amigo, antes de que viajara, me sentí contento de ser amigo de alguien a quien admiraba y que decía admirarme.
El año en que Ultrágeno se reunió para Rock Al Parque sentí una emoción irrefrenable. Era de nuevo un adolescente que brincaba con los chicos a mi alrededor ahora incapaz de patear a nadie, pues ya no era tan joven y tenía delante a un cantante que si bien pateó a uno, ayudó a levantar
a miles y les regaló una de las cosas más bellas y difíciles de dar: sensación… sensación de libertad, sensación de alegría, sensación de conciencia.
En 2009 de nuevo Amós estuvo presente en Rock al Parque. Hubiera querido tener junto a mí a aquella chica que había sido mi novia, hubiera querido que siguiera siendo mi novia. Hubiera querido tener a mi amigo que vivía en España, hubiera querido también haberme ido del país. Hubiera querido que Amós hubiera sido mi amigo. Pero allí estaba con mis hermanos, uno mayor, uno menor, a quienes también les encanta la música de Amós, y miles de personas con millones de sueños que quizá algunos, como Amós, habrían alcanzado y otros, como yo, apenas habían escrito. Allí estaba y el mundo todavía parecía que iba a acabarse en cualquier momento.
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[1] Weirdo se refiere a alguien raro, extraño, de algún modo marginal. Se usaba en la popular canción «Creep» –adjetivo que tiene un significado semejante– de la banda Radiohead.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

NOTAS DE ROCK COLOMBIANO
Jueves 17 de septiembre
Centro Cultural Gabriel Betancourt Mejía
Calle 73 N°14-53
5:30 p.m.
Entrada libre
Literatura y Rock:
Arturo Astudillo en vivo con su novedosa propuesta de poesía en rock/blues. Interpretará algunos de sus éxitos con la legendaria agrupación los Flippers en los 60 y entonará poemas actuales fusionados con rock y blues. Y con él: Umberto Pérez, Andrés Ospina y Pablo Estrada leerán sus textos sobre rock.
Presenta: Rafael Serrano
ARTURO ASTUDILLO
Compositor, guitarrista, arreglista, director y productor musical.Fue el creador de la legendaria agrupación Los Flippers en los años 60 y productor de algunos de los más renombrados cantantes solistas de la época.Ha sido protagonista de la música moderna en Colombia, ha participado en los más importantes programas musicales de la televisión Colombiana y ha sido director, compositor y arreglista de diferentes orquestas en los festivales de la Canción Colombiana. Ha compuesto y realizado la música para películas y programas de televisión. Recientemente ha participado con su big band en el Festival de Jazz del Teatro Libre (2001). En el Concierto Los 60 de los 60s en el Palacio de los deportes, en el marco del Festival de Verano (2008) y en el Concierto Tributo Leyendas en el Parque Simón Bolívar durante el Festival Rock Al Parque (2009).

Andrés Ospina (1976). Estudió Música y Literatura en la Universidad de Los Andes. Durante 1998 y 2000 co-redacta y funda el desaparecido sitio El Utensilio. Desde 2002 ha sido colaborador con revistas como Cambio, Rolling Stone o Caras; realizador 99.1, hoy Radiónica (emisora en la que trabaja para los espacios La Silla Eléctrica y Rockuerdos), y libretista e investigador para el magazín de televisión Culturama. Entre los proyectos en los que comparte las culpas están Museo Vintage y El Blogotazo. Prepara una novela sobre un psiquiatra forense demente, y la exposición Bogotá Retroactiva.

Umberto Pérez (1979). Historiador y cronista bogotano autor del libro Bogotá, epicentro del rock colombiano entre 1957 y 1975: una manifestación social, cultural, nacional y juvenil (2007). En 1999 hizo parte del equipo de trabajo del programa radial La Noche de los Lápices, junto al locutor Félix Sant-Jordi, donde exploraban los diferentes ámbitos de la canción y el rock hispanoamericano. En el año 2004 formó parte del equipo de investigación y realización de la serie de microprogramas dedicados a los diez años del Festival Rock Al Parque, emitidos por Vibra Bogotá. Fue libretista e investigador del programa Rocanrol Búmerang de 99.1, hoy Radiónica.

Pablo Estrada. Cursó Estudios Literarios en la Universidad Nacional de Colombia. Ha sido finalista de concursos literarios. Algunos de sus textos han aparecido en de diferentes publicaciones. Ha realizado recitales, eventos literarios y conferencias. Fue asesor literario de Vasos comunicantes: laboratorio de relatos urbanos, Bogotá – Londres. Participó en la coordinación editorial y corrección de estilo, y como autor, en el libro Cenizas en el andén: Cuentos de la ciudad. Es uno de los creadores de Superficies y uno de los fundadores del negacionismo poético.

Rafael Serrano. Periodista, músico, escritor. Ha sido bajista de diferentes agrupaciones de rock, blues y jazz como Isidore Ducasse, con la cual grabó el disco "Cierra la puerta". Realizador radial de 98.5 FM – U.N. Radio, con los programas Otras Latitudes y Tránsitos y Transiciones y Jazz La Hora. Ha publicado los libros de poesía Fábrica de agujas y Un libro de vampiros. Sus textos han aparecido en diversas publicaciones. Actualmente se desempeña como docente de música de la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia, cursa la maestría en Investigación en Ciencias Sociales y adelanta una investigación sobre la historia del rock en Bogotá.

lunes, 31 de agosto de 2009

¿VIVIREMOS UN MUNDO MEJOR?

A Miguel Durier
In Memoriam

Ese loco que canta en la noche
en la oscuridad oculta su dolor…
A propósito del asunto: el Primer Gran Concierto de Rock Nacional de los 60 –así lo promocionaron–, un homenaje a Arturo Astudillo (uno de los creadores de la mítica banda Los Flippers, pioneros del rock en Colombia), quien llamó al evento «Los 60 de los 60s» en razón de su sexagésimo cumpleaños, y en el que supuestamente participarían los grandes sobrevivientes de aquella época, alguien me decía que prefería quedarse con la imagen lozana y rutilante de lo que había alcanzado a vivir en vez de presenciar su titilante ocaso… y comentábamos acerca de lo favorable que resulta la imagen del bluesman otoñal en contraste con la del rockero avejentado.
Es decir, cómo luce de bien B.B. King –como hasta hace un tiempo John Lee Hooker y Bo Diddley– apoltronado en el escenario acariciando a Lucille –su guitarra–, y qué anómalo, por poco hilarante, se ve el arrugado torso desnudo de Mick Jagger o Iggy Pop cuando se zangolotean sin pudor por una tarima ante miles de espectadores.
Sin embargo, mi percepción varió luego de asistir al concierto en el que se reuniría la crème de la crème del rock and roll de nuestro país.
Nunca supe si Roberto Fiorilli
[1] estuvo presente, como lo habían anunciado. Sé que los integrantes de la antigua banda Malanga: Willy Vergara (más conocido como realizador de radio) y el gran Chucho Merchán[2] no se presentaron.
Según la información de prensa se había programado una jam session en la que participarían César Nieto, Ricardo Rodríguez, Nano Pombo, "Pocho", Mario García, Germán Antón, William Constain, Edgar "Batier" Chávez, Tania Moreno, Álvaro Díaz, Oswaldo Hernández, Carlos Navarro y Carlos Álvarez. No creo que ni la mitad de ellos haya estado allí. Apenas me consta la presencia de las bandas que acompañaron a Astudillo en su celebración: La Leyenda, Ferrans Band y Los Cheacles.
En la info que remití a mis contactos del correo electrónico decía: "Pronto llegará la hora de la verdad…" en referencia al inusitado interés por la historia del rock nacional, desde sus origines, que recientemente se había despertado y del que yo mismo me había contagiado queriendo participar… sin éxito, por supuesto, pero manteniendo el apoyo a la iniciativa de otros para formar un mismo intento de carácter mancomunado, como ha de ser.
Mencionaba los logros conseguidos hasta ahora: un libro sobre el tema, Bogotá: Epicentro del Rock Colombiano entre 1957 y 1975 (2007) de Umberto Pérez, editado por la Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte sin verdadera posibilidad de acceso público ni disponibilidad comercial; la recuperación por parte de Mario Galeano del clásico álbum de los Speakers En el Maravilloso Mundo de Ingesón (1968) en edición de lujo y formato CD (que, naturalmente, adquirí); la exposición Nación Rock llevada a cabo en el Museo Nacional de Colombia y cuyo curador fue Felipe Arias; la publicación del número 72 de la Revista La Tadeo de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, Rock: Voz Urbana, Lenguaje Universal, dedicada en su totalidad al asunto y el programa Rockuerdos realizado por Andrés Ospina para la emisora 99.1 Radionica.
De manera que la culminación de todo esto vendrían siendo el concierto del viernes 15 de agosto en el marco del mal llamado Festival de Verano de Bogotá (en nuestro país no hay estaciones) y el Tributo al Rock Colombiano, un homenaje a Los Flippers organizado por Fabio Gómez, fundador de Terrón de Sueños, ex-Flippers, ex-Génesis, que bajo el nombre de Los Twisters reuniría a Camilo Ferrans y Pocho Pérez, acompañados por La Leyenda, quienes se presentarían el sábado 16 de agosto, a partir de las 7:00 p.m. en el Teatro Astor Plaza (a diferencia de la entrada libre del primero, en éste tendría un valor de $30000 y $25000 para estudiantes… quizá eso garantizaría un espectáculo mejor organizado que el del viernes, no lo supe: por falta de $ no pude estar presente)…
En mi nota escribía que esperaba que la asistencia fuera multitudinaria y el espectáculo satisfactorio para que esos improperios que arrojo contra todo el mundo fueran injustificados. Por fortuna para mí, no tuve que tragarme mis palabras, pues la concurrencia no fue tan profusa como podría haber sido para un evento gratuito de tamaña índole.
Curiosamente la afluencia de público joven superaba la de los espectadores mayores que se supondría acudirían masivamente para ver a sus ídolos de antaño. Claro, estos veteranos músicos por «efecto vintage» son mejor conocidos y más adorados por la nuevas generaciones que por las de su momento, para las cuales pasaron prácticamente desapercibidos.
Hacia las 6 de la tarde llegué a las inmediaciones del Palacio de los Deportes. El inicio del evento estaba programado para las 7:00 p.m. pero a esa ahora apenas abrieron las puertas para un escaso púbico, enviado a las graderías, pues existía un VIP para no sé quiénes que habían pagado no sé cuánto o que tenían no sé cuáles privilegios…
Poco a poco fue llegando más gente. Cerca a mí había una inusual pareja formada por madre e hija: la chica era una bella adolescente, a la señora ni la vi bien; un grupo de empleadas públicas que más parecían marujas, comadres o doñas que profesionales que en su juventud disfrutaron de la movida rocanrolera, y un grupo de sujetos ya mayores provenientes del rezago hippy de finales de los 70, conocedores empíricos de la música contemporánea más popular del mundo: el rock (si la world music no le arrebata tan injustamente como lo está haciendo el terreno ganado por 5 décadas de duro esfuerzo) y coleccionistas fortuitos de LPs, codiciados por auténticos buscadores de pastas, vinilos o acetatos, especialmente de rock nacional, como con el que se reunieron esa noche y a quien le escuché decir, explicando su labor, que era indispensable recolectar el testimonio –incluyendo grabaciones inéditas– de los artífices del movimiento antes de su desaparición.
Eran más que sabías, acertadas sus palabras. En eso momento no sabíamos cuánto.
Con esa intención estoy plenamente de acuerdo, siempre y cuando sea lo más desinteresada posible. Si hay afán por retener el testimonio de alguien antes de que se pierda, obviamente con su muerte, implícitamente se presume que el fin está cerca. De modo que al hacerse público, quien lo dio probablemente no disfrute de los beneficios de ello, quedará apenas como su legado. Si el que lo hizo público no reclama para sí el reconocimiento, todo está bien. Pero si lo que se quiere es conseguir padrenuestros con avemarías ajenas como reza el dicho popular, o sea, agenciarse como propios méritos de otros, lo rechazo de plano. A lo Alan Lomax SÍ, a lo Malcolm McLaren NO
[3].
Más o menos a las 8 p.m. apareció la primera banda: Los Cheacles. Distinguí, pese a la distancia, a KCh (Jorge, hermano del también baterista histórico del rock nacional Fernando Latorre), a quien conocí personalmente gracias a un amigo* que me ha alentado en mi curiosidad por el fenómeno del rock en nuestro país y me ha enseñado al respecto a través de su propia experiencia y la información que ha obtenido en su labor periodística, ya que coincide conmigo en su intención de narrar esta poco conocida historia… De hecho, presentamos un proyecto de investigación a una de esas sospechosas convocatorias que ya tienen adjudicado el ganador desde antes de siquiera redactar los requisitos con los que embaucar a los ilusos y expectantes participantes como nosotros.
El sonido era deficiente: no se oía la voz. La ecualización era pésima. «House of the rising sun»
[4] sonó instrumental pese a haber sido cantada en español. Si no estoy mal –el papel donde tomé nota de las canciones se me perdió– arrancaron con «Nowhere Man» (de los Beatles, compuesta por John Lennon). También hicieron una canción del recientemente fallecido Óscar Golden, ídolo de la llamada Nueva Ola, en los albores del rock n’ roll, y creo que «Jailhouse Rock» de Elvis. Fueron 5 o 6 temas, no más.
Luego apareció en el escenario Miguel Durier, acompañado únicamente por su guitarra. Hizo una preciosa versión de «Norwegian Wood», esa bellísima canción de los Beatles… y para complacer al público sin perder la verdadera actitud rockera se tiró «Angie», quiero decir que cantó una canción que hasta los más legos conocen pero no al pie de la letra, teniendo la gentileza de anunciar que no la recordaba bien; aún así la gente la celebró. Me encanta cuando alguien hace eso: Dave Mustaine de la banda de thrash metal Megadeth cambió la letra de «Anarchy in the UK» porque, según él, no entendía bien lo que Johnny Rotten cantaba y, según un rumor, a la hora de grabar estaba tan ebrio que trastocó las liricas originales del representativo tema punk de los Sex Pistols… y ni hablar de Dead Kennedys y en lo que convirtieron «I Fought The Law de Sonny Curtis que hizo famosa The Clash. En fin…
Durier estaba dando tiempo a que arribara el resto de la banda La Leyenda… su repertorio fue todavía más reducido, 3 o 4 canciones apenas.
Era el turno para Ferrans Band. Había una mujer cantando y si bien la falla en el sonido persistía y ocasionalmente su voz enmudecía, «Move Over» de Janis Joplin, «Rock and roll» de Led Zeppelin y «Satisfaction», himno del nihilismo juvenil de los Stones, sonaron potentes y convincentes.
No recuerdo qué banda realizó la versión en español de «Venus» de la banda holandesa Shocking Blue que retomó y convirtió en hit Bananarama. Se me pierde también en la memoria quién hizo «Behind blue eyes» de The Who…
Durante la jam session del final sonó «Gloria» de los Them (en la época de Van Morrison)…
Para concluir aquello que más parecía un abrebocas que el gran concierto promocionado, el agasajado Arturo Astudillo salió a escena. Un hombre cuyos 60 años no se notaban para nada… al menos, no desde la distancia a la que me encontraba. Se le veía ir de un lado para otro, tocando su guitarra, moviéndose ágilmente enfundado en sus pantalones de cuero… Llegar a esa edad sin dejarse engordar es algo que ayuda bastante en cuanto a imagen y ése era el caso de Astudillo.
El momento cumbre, para mí casi un sueño hecho realidad, llegó cuando el tema insigne de los Flippers fue coreado por muchos de los asistentes (yo entre ellos) y en Bogotá se oyó cantar por múltiples voces "Pronto viviremos un mundo mucho mejor"… ¡35 años después! Fue un instante muy emotivo.
Tocaron otras pocas canciones: una de los Beatles y otra de los Flippers. También «Route 66» que hicieran los Rolling Stones y es original del pianista de jazz, compositor y actor de televisión Bobby Troupe, esta vez en voz de Miguel Durier.
Mientras Astudillo y compañía tocaban un tema instrumental de The Shadows –referente imprescindible que si se desconoce, hay que revisar– lo que había dicho antes sobre rockeros caducos se iba por el desagüe… Por más calvos que estén los melenudos de otro tiempo, por más sáurico que luzca Keith Richards, el rock es la fórmula de la eterna juventud y quien lo viva (sea músico o fanático) será por siempre joven y cada vez que un viejo rockero hace un concierto rejuvenece. Así lo percibí cuando se hizo la prometida jam session… Estos cuchos –como llamamos en Colombia a los viejos– al tocar la popular canción de Ritchie Valens «La Bamba» (ancestro del rock en español) rezumaban energía y vitalidad, podrían estar muriendo pero se dejaban la piel en el escenario.
De lo más destacado, para mí, fue la presencia de Miguel Durier con su preciosa voz y su elegante swing como frontman. Fue un auténtico privilegio haber podido verlo antes de su fallecimiento (ocurrido el 23 de agosto)…
Uno esperaría que no se repita la aburridamente predecible historia de siempre y a los baluartes del movimiento se les reconozca y premie su mérito cuando ya sea tarde… pero uno sabe qué va a suceder, qué oportunistas van a sacar provecho y qué merecedores del reconocimiento van a seguir sin él.
Pasadas las 10 p.m. la organización del evento decidió darle fin, sin chance de bis para los músicos que tocaban en pleno como si apenas estuvieran calentando. ¡Vaya… 40 años después de la revolución social y cultural de los 60 nos mandaban a dormir temprano!
Al salir, me encontré con mi primo Alexo quien tiene una estupenda banda de rock con sus dos entrañables amigos y que estaban allí alimentando su genio y su espíritu, siendo unos chicos de 20 años. Fuimos a un bar del Centro a beber para celebrar el concierto que fue corto pero dejo una grata impronta en nosotros.
Lo que siguió es otra historia y ya habrá tiempo para contarla, total a nadie le interesa conocerla.
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[1] Músico italiano que durante un buen tiempo vivió en Colombia donde fue baterista y precursor del rock, fundador, integrante e invitado de las bandas esenciales del género en ese período: The Young Beats, Time Machine, Los Speakers, Siglo Cero, Columna de Fuego, e incluso Génesis de Colombia y La Onda Tres de Jimmy Salcedo –popular presentador musical de la televisión nacional en los 80–, que regresó luego a Italia y ha grabado varios discos como solista.
[2] Músico colombiano que emigró a Gran Bretaña donde grabó con Pete Townshend, George Harrison, David Gilmour, Eurythmics y The Pretenders, además de Bryan Adams y Everything But The Girl más adelante; de regreso a América Latina fue bajista de los Jaguares y productor de Fito Páez y Robri Draco Rosa, ha grabado discos como solista y ha producido músicos colombianos.
[3]El primero, musicólogo norteamericano, estudioso etnográfico del folklore en su contexto cultural, considerado como uno de los más grandes recopiladores de canciones populares del siglo XX. El segundo, empresario británico, mánager y productor dedicado a diseñar y mercadear moda (junto con su novia, principal culpable de la estética punk y new wave) antes de viajar a USA, ser fugazmente agente de New York Dolls (banda precursora del punk, de estrafalario aspecto travestido, antecesor del hair rock) y conocer a Richard Hell, a quien le escamoteó su caótica y desaliñada imagen para endosársela de regreso a Inglaterra a los futuros Sex Pistols, de los que sería no solo manager sino responsable de su agresivo look y la comercialización de su emblemática e influyente actitud. En los 80, siendo ya célebre pero todavía inculto en el plano musical, se agenció un contrato de grabación con la vaga idea de investigar las danzas folklóricas del mundo, reclutó al productor de moda y se embarcó en un viaje, costosísimo y absurdo, por América y África. Sin embargo, el álbum resultante de aquello facilitó el nacimiento de las músicas del mundo y le procuró a McLaren un éxito más. [info de: 1001 discos que hay que escuchar antes de morir. Edición dirigida por Robert Dimery. Barcelona: Grijalbo, 2005]

* Ver: http://defaunaliteraria.blogspot.com/2008/02/homenaje-humberto-monroy.html
[4] Canción tradicional interpretada por infinidad de artistas como Leadbelly (a quien se le atribuye «Where did you sleep last night», que hiciera popular durante los 90 Nirvana en su Unplugged y que es otra de esas canciones del folklore americano versionadas por muchos), Joan Baez, Bob Dylan, The Doors, Jimi Hendrix, Tracy Chapman, Scorpions, Toto, Pink Floyd, etc.
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La Tierra De Las 1000 Danzas (cover de Wilson Pickett Land Of A 1000 Dances)
http://www.youtube.com/watch?v=sFW8JTng3DI
La Ayuda De La Amistad (versión de With A Little Help From My Friends de los Beatles)
http://www.youtube.com/watch?v=CSvNR0rSeu0
Sargento Flipper (versión de With A Little Help From My Friends de los Beatles)
http://www.youtube.com/watch?v=3NsxKhfHSok
Danza Go-Go
http://www.youtube.com/watch?v=2LYBDfkiST4
Improntu Jazz A Go-Go
http://www.youtube.com/watch?v=e5dHmdGXbVU
Demuéstramelo Baby
http://www.youtube.com/watch?v=fmdYQNaioeA
Fliprotesta
http://www.youtube.com/watch?v=COqJkDi--hM
Con Su Soledad
http://www.youtube.com/watch?v=apG6JJi4FGk