miércoles, 22 de octubre de 2008

ROCK AL PARQUE 2007

En el año 2007, llegó a su 13a. edición este festival de rock celebrado en Bogotá, Colombia –un país sudamericano mundialmente reconocido por su narcotráfico y su violencia política y social, pleno de riquezas naturales y culturales, con un acervo histórico y artístico olvidado o descuidado, y "una de las más sólidas tradiciones democráticas del continente", hoy día gravemente amenazada.
El evento es de vital importancia para una juventud sin grandes expectativas de vida ni posibilidades de acceso a la educación superior, con escasas oportunidades laborales y una deteriorada calidad de vida, enmarcada por una sociedad clasista, inculta y arribista en un sistema que etiqueta a las personas según su "estrato" –desde 0 hasta 6–...
Por tanto, para muchos espectadores representa la única forma de asistir a un concierto de la magnitud de los que allí se presentan, con selectas bandas locales e invitadas internacionales. Y para los incipientes o consagrados músicos, dedicados a un género de mínimo impacto comercial y mediático en el país, la mejor manera de darse a conocer y presentarse ante miles de personas.
Si alguien, por desgracia, nace en esta ciudad y tiene la maldición de gustarle el rock, debe cumplir su cita con este festival y si vive para contarlo, sin ser un viejito oportunista que escribe basura porque tiene un Premio Nobel bajo el brazo, debe hacerlo.

lunes, 20 de octubre de 2008

LO PEOR SUCEDIÓ: FUE LO MEJOR

DÍA 0
Salimos con el tiempo justo para llegar. Íbamos sólo los dos, mi parcero del momento: Carlos Alberto, Cabeto, y yo. Le había hablado de Nepentes, la banda paisa encargada de inaugurar, en el escenario Plaza, la 13 versión del festival de rock al aire libre y gratuito más grande de Latinoamérica: Rock al Parque. Tenía gran expectativa de ver en vivo a la banda que describí a mi camarada como una especie de Rage Against The Machine criolla, que si bien se apropiaba de elementos originarios de los estadounidenses, su propuesta no dejaba de ser eficaz y contundente, incluso novedosa en esta parte del continente. El bus que nos llevaría se tardó en pasar y se demoró más en llegar hasta el otro lado de la ciudad: el Parque Metropolitano Simón Bolívar, donde habitualmente se lleva a cabo el festival. Apenas pusimos pies en tierra, al descender de la buseta, comenzó lo que más parecía un ensueño gótico, una alucinación apocalíptica, que nuestra fría y cruda realidad.
Una a una, gruesas gotas de lluvia nos cayeron como escupitajos desde el cielo. De inmediato, los dos, nos integramos a la multitud que se aglomeraba ante la entrada. Aquella lluvia que al principio parecía solo un chubasco, resultó ser una fuerte tormenta que arreció rápidamente. Granizos como pelotazos arrojados con saña apedreaban nuestras cabezas. Las filas se rompieron, la muchedumbre se amontonó en torno a las vallas de seguridad. Nuevas ráfagas de granizo acompañadas por una recia ventisca causaron la desbandada de la gente, frente a la cual el cuerpo de seguridad y logística nada pudo hacer. Si no era el vendaval el que descomponía el montaje y la demarcación dispuesta para la entrada al evento, era la escaramuza generada por quienes tratábamos de escapar de éste. En minutos, todos estábamos empapados, y ahora procurábamos protegernos de la granizada que nos bombardeaba. Cabeto y yo terminamos en un grupo compuesto por otros asistentes –chicas y niñatos de 15 o así–, una mujer policía y una pareja de jóvenes del personal logístico: también las distinciones habían sido rotas. Juntos nos guarecimos, usando como toldo una lona impermeable (proveniente de alguna valla publicitaria) y aferrándonos a una barrera de contención para impedir que el potente ventarrón nos arrastrara consigo.
A la descarga de granizo se sumaba una borrascosa cellisca que inundó el lugar. El nivel del agua subió varios centímetros hasta llegarnos a las rodillas y una creciente corriente comenzó a arrastrar a su paso lo más liviano que encontraba. La catástrofe parecía inminente. La bolas de hielo pegaban tan fuerte que uno sentía que iban a quebrarle los amoratados y entumecidos dedos con los que sostenía lánguidamente el improvisado toldo con el que nos encapotábamos y que, en todo caso, no amparaba nuestra humanidad suficientemente: a mí, una pepa granizada me produjo un chichón en la coronilla. Había que buscar mejor protección. Pero no había donde ir. Sólo cabía esperar... esperar que lo peor no sucediera... y lo peor sucedió... pero no fue lo peor, al contrario, fue lo mejor... lo malo fue que todo empeoró.
Es decir, para quienes habíamos esperado durante un año esta nueva versión de Rock al Parque, lo peor no era ser víctima de un insólito cataclismo, sino que el evento fuera cancelado por condiciones climáticas, como efectivamente aconteció. Sin embargo, lo que nos deparó el extraño fenómeno natural por sí mismo fue una experiencia única y maravillosa. Una vez cesó el temporal, conforme entrábamos, Cabeto y yo fuimos testigos de aquel prodigio. Pudimos apreciar los estragos de una glaciación en plena zona tropical. Era como El Día Después de Mañana (The Day After Tomorrow), la película de Roland Emmerich.
Puede que en los países con estaciones, durante el invierno, un panorama como el que teníamos ante nuestros ojos sea corriente, pero en una ciudad a apenas 4°35’ de latitud norte, en plena zona ecuatorial, era algo asombroso. Hasta donde la espesa neblina nos permitía ver, todo era de una blancura marmórea, sepulcral. Lucía como un paisaje ártico o un cuadro nevado de Joseph Farquharson, al menos. Era espléndido. Y no podíamos dar crédito a lo que veíamos hasta que quisimos reaccionar. Todo había sido precipitado, justo como en las películas de desastres, y sólo entonces noté que tiritaba y mis dientes castañeaban, por dentro estaba tullido de frío. Ambos temblábamos, ateridos, uno al lado del otro, incapaces de hablar o de movernos. Instintivamente deduje que mi temperatura corporal no debía bajar más. Para muchos la hipotermia estuvo a la orden del día. Recordé ese magnífico e infame cuento de Jack London en que un hombre se congela... To build a fire, se llama... y tuve escalofríos, no por el clima, sino de miedo a helarme. Lo prudente era moverse y así lo hicimos.
Caminamos pesada y lentamente a través de las umbrías graderías que semejaban las lóbregas laderas de las montañas con menor intensidad de radiación solar recibida, en tanto que el viento sibilante con su gélido hálito nos susurraba su tétrico murmullo y una brisa frigorífica nos acariciaba mortificante. Había escarcha en el suelo y el área central estaba inundada. Las cabinas de sonido que se ubican allí, asomaban como icebergs. Puntos negros primero y luego bultos del mismo color empezaron a vislumbrase entre la niebla. Eran los metaleros, con su habitual vestimenta luctuosa.
¡Diablos!, pensé, esta es la fantasía nórdica hecha realidad para los fanáticos del black metal escandinavo... No era necesario ir a tierra de fiordos y glaciares. Eso era lo mejor. Pero estos fieles espectadores, inmunizados como vikingos bajo los efectos del beleño negro –planta alucinógena– o el cornezuelo del centeno –de cuyos alcaloides puede obtenerse el ácido lisérgico– con los cuales aderezaban su cerveza (bebida antes de ir al combate, para producir su insensibilidad al dolor y su violento furor guerrero), y quienes más adelante se hundirían en las aguas heladas o harían "angelitos" sobre la escarcha sucedánea de la nieve, no iban a quedarse sin ver a las bandas de metal que estaban programadas para presentarse ese sábado 3 de noviembre de 2007. Y comenzaron a pedir a gritos el espectáculo. Ya se sabía que había sido cancelado. A través de megáfonos lo comunicaron mientras nos invitaban a desalojar el recinto. Despacio, Cabeto y yo nos dirigimos a la salida, resignados a marcharnos. Dentro, los insaciables metaleros, contra toda lógica, seguían exigiendo que se realizara el concierto y los policías, con su habitual manera absurda de resolverlo todo, la emprendieron a golpes hasta sacarlos de allí, arrestando a los que podían agarrar. Eso, claro, no fue divulgado.
Fuera, percibimos que comenzaba el descongelamiento. Había una tremenda guerra de bolas de hielo, de la que no se salvaba ningún vehículo que osara pasar por la calle 63... La superficie estaba deslizante por la morrena o acumulación de sedimento del deshielo. La gente resbalaba y caía. El clima no conseguía enfriar nuestro tórrido espíritu carnavalesco. Cabeto y yo buscamos un vendedor ambulante de bebidas calientes pero no lo hallamos. Así que en la primera buseta que nos servía y se detuvo nos metimos con otros más que, por lo húmedos y temblorosos que iban, obviamente venían del frustrado evento. Nos apiñamos para ahuyentar el frío. Éramos como damnificados de una tragedia invernal. Al pasar por los puentes de la 26 pudimos ver más estropicios del inaudito fenómeno climático del día. Afortunadamente no hubo víctimas fatales. Y el llamado día del metal se realizó 8 días después y a la postre resultamos beneficiados los aficionados al sonido pesado con la inclusión de Brujería en la nómina.

DÍA 2

Grita lo que sientes
grita lo que ves
grítalo pronto que es tarde después
no te calles
Ultrágeno
No lo sé

Peleado con su sombra,
descontrola y detona
mastica bronca y no la traga,
larga espuma por la boca.
Fruto de una vida dura,
dinamita pura,
cagándose en todo, nunca piensa
y así actúa...
Carajo
Chico Granada

El segundo día, domingo 4 de noviembre de 2007, la programación de Rock al Parque fue alterada debido a las dificultades climáticas del día anterior. Se habilitó únicamente el escenario Plaza. Originalmente estaba planeado que se presentaran 17 bandas, finalmente tocaron 11, incluyendo 2 internacionales que estaban para el sábado. Divididos de Argentina, Finde y Thermo de México –que habían sido anunciados– no estuvieron. Vulgarxito, Chucho Merchán, Nadie, Black Sheep Attack, Huevo Atómico, Zelfish Pérez y Cienfue (de Panamá) pasaron para el día siguiente. Experimento Aleph fue puesto en el día del metal. Llegamos, además de Cabeto y yo, mi hermano mayor, mi hermano menor y mi hermana para rockear fraternalmente. Lamentablemente no alcanzamos a ver a Triple X, una singular banda de punk rock con algo de psychobilly y surf que resulta entretenida.
A los que sí vimos fue a los bostonianos de Have Heart, una banda de hardcore que aunque se formó en este siglo pertenece a la vieja escuela y puede inscribirse dentro del movimiento straight edge (vegetarianos, ecologistas y en contra del abuso de sustancias y el libertinaje sexual). Su mensaje positivista es emitido con tal convicción y persuasión que parece arrojado con rabia. Cuando se define una actitud específica o se establece un comportamiento conforme a unos parámetros, se corre el riesgo de caer en sectarismos o en una terrible confusión. Eso cabe para cualquier movimiento cultural o contracultural. Por suerte, parte de la globalización permite superar muchos prejuicios –aunque genera nuevos– gracias a la integración y la participación (que, igual, son relativas, por no decir insignificantes). Dentro de lo que se conoce como heavy metal o simplemente metal –que hace parte de ese amplio género que es el rock o rock and roll– hay muchas divisiones y subdivisiones y territorios claramente demarcados que como toda frontera son imaginarios... Si uno conoce algo de esto sabe que thrashers y blackmetaleros van por caminos diferentes y que en el hardcore hay desde los que tienen tendencias neonazis hasta los que son antifascistas pero nunca se termina por entender cuál es cuál...
Uno de los prejuicios arraigados del metal es que a él no deben pertenecer negros o gente de color o afrodescendientes, como les dicen ahora. Eso, claro, es discutible. Quizás sea una prevención infundada, hasta absurda, pero lo cierto es que existe. Curiosamente en medio de la presentación de Have Heart fui testigo de una paradójica situación. Como la música de esta banda es pesada, muchos de los que se hacen llamar metaleros aprovecharon para hacer un violento pogo y descargar en él su odio y su frustración. Se formó un corrillo de tipos que se partían la madre al ritmo de la banda de Massachusetts. Y alrededor un círculo de espectadores, entre los cuales había un corpulento negro que pugnaba por entrar al agresivo baile. Tenía el pelo corto, la piel oscura y ¡llevaba una camiseta de Darkthrone!... Si al menos hubiese tenido una de Suffocation o Sepultura con Derrick Green, o mejor una de Hirax o Bodycount. Pero no. Y para colmo, va y se mete en el pogo a repartir golpes a diestra y siniestra. Para muchos ese imbécil era un completo blasfemo frente lo que el metal pesado pueda significar. Sin embargo, nadie era capaz de enfrentarlo y terminó imponiendo su hostigante presencia, hasta que un sujeto menudo vestido con pantalones cortos, tenis, una gorra y un buzo deportivo, apariencia de B-boy (el que hace breakdance), entró y delante de sus narices hizo una exhibición de freestyle totalmente acorde con el ritmo sincopado y groovie del breakbeat que interpretaban en ese momento los norteamericanos. Hasta los más melenudos aplaudieron al chico, que –no sobra decirlo, era blanco–. El negro sintiéndose fuera de lugar, como mosco en leche, cesó su violencia y se hizo a un lado. Por el resto de la presentación la gente estuvo haciendo mosh, modalidad de baile más en consonancia con la música que estaban tocando.
A propósito de imprudencias, la organización decidió que siguiera Azafata, de Argentina. Una banda de pop rock con inclinación hacia el glam, look con un toque de travestismo y una mujer en la batería. Tenían vitalidad y, creo, encararon con altura un público en contra que pedía a gritos metal. Su música es sexy, pero la horda salvaje quería destrozarlos por acaramelados. Eso suele suceder cuando en Rock al Parque, en nombre de una mal interpretada tolerancia, quieren poner en el mismo saco tendencias musicales más que diversas, divergentes, opuestas, y condicionar al público a aceptarlo. Eso me parece arbitrario. La dictadura de la democracia. De todas maneras, la actitud de los músicos durante su puesta en escena puede ser determinante para la manera cómo el público los rechace o los acoja. Y fue así que la soberbia con que los argentinos respondieron a la hostil recepción que les dieron contrastó con la sencillez con que los ecuatorianos de Rocola Bacalao se granjearon la complacencia de los asistentes. Es cierto que había transcurrido el tiempo y los ánimos se habían moderado y el público ahora era más variado que antes cuando la mayoría estaba compuesta por ávidos rockeros pesados. El caso es que con su canción "La Papa" y la versión del tema de "Los Simpsons", «la banda más chimba de Ecuador» como se autoproclaman, con su aire de ska y rock fusión, fue aclamada.
Los sonidos fuertes volvieron con Agent Steel, veterana banda californiana de thrash speed metal, fundada en los 80 y reformada a finales de los 90. Si bien, como se menciona por ahí, ha mantenido el bajo perfil en los últimos tiempos y en nuestro país era desconocida, la agrupación evocaba otras semejantes como Overkill, Nuclear Assault, Dark Angel o Sadus y eso ya era bastante como para saciar el voraz apetito de los fanáticos del metal presentes. Además, el parecido del cantante con un mesurado James Hetfield (de Metallica) y del bajista con Tom Araya (de Slayer) alentaban las acomodaticias comparaciones. Para apretar el nudo, hicieron un cover de Judas Priest: "The Ripper", un tema de los primeros años, perteneciente al segundo álbum de la mítica banda británica, Sad Wings of Destiny, de 1976. La voz aguda con los ansiados gritos propios del género, los high pitched screams, el buen tándem de guitarras y la consistente base rítmica hacían del espectáculo brindado por Agent Steel algo memorable de Rock al Parque. El fuego en la hoguera se avivaba.
Y la mecha se mantuvo encendida gracias a Carajo, power trío argentino integrado por Marcelo Corvalán en la voz y el bajo, Andrés Vilanova en la batería, ambos ex-A.N.I.M.A.L., y el guitarrista Hernán Langer. Su planteamiento de Nu Metal con rastros de grunge y tintes de hardcore hizo sacudir la cabeza y puso a poguear a más de uno. Su interpretación de "Smells Like Teen Spirit", el hit de Nirvana, agitó la multitud. Menos afortunado fue el fragmento de "Walk" de Pantera que tocaron y nos dejó iniciados, listos para reventarnos la crisma. También recordaron los viejos tiempos al lado de Andrés Giménez en A.N.I.M.A.L. con "Loco Pro", esa canción que celebra el carpe-diem. Yo me di por bien servido con su éxito "Chico Granada".
La flama, sin embargo, fue apagándose con Tr3s de Corazón, banda paisa de punk rock, que no cayó muy bien al público bogotano. La energía con la que comenzaron, poco a poco fue mitigándose, pese a que el entusiasmo que mostraban ante las cámaras no disminuyó ni por un instante. El ímpetu de su tema comprometido, "Justicia", fue opacado por cancioncillas pegajosas que hablan de rebeldía chic como "Sigo Recordando" o "Por Siempre". Su aspecto rozagante de niños bien, tan contrario al escuálido y demacrado semblante tradicional de los punks, no hacía sino agravar la mala impresión que causaban. De lo que no quedó dudas fue de su erección como una banda con proyección internacional. Pues mientras en el Parque Metropolitano Simón Bolívar, cientos de personas los abucheábamos, les insultábamos y les enseñábamos el dedo cordial de forma incordial, a manera de pistola cargada en su contra, en la transmisión por televisión la imagen que quedaba en los televidentes era la de una banda triunfadora. En una de las pantallas laterales retransmitían la señal de Canal Capital y ahí lo que se apreciaba era la hiperrealidad que modificaba a través de la perspectiva dada la verdadera realidad de unos metros más allá. Es decir, mostraban a la banda que hacía caso omiso a las rechiflas y la parte de VIP donde estaba la gente de los medios, la organización y las otras bandas, y sus acompañantes que por supuesto seguían el juego y secundaban a los paisas.
Era el turno del Cuarteto De Nos, una excelente banda uruguaya que dio la grata sorpresa del día. La agrupación apenas ahora, casi 30 años después de que se formara, se conocía gracias a su primer disco internacional, Raro, luego de diez anteriores desde 1984, y al video de su canción "Yendo a la casa de Damián", que tanto rotara en MTV. Su rock interpretado con propiedad y pincelazos de la destreza que otorga la experiencia, encajaba perfecto con su puesta en escena, incluido un entretenido espectáculo visual en video, y, particularmente, con el contenido de sus letras en las que se describe de manera sardónica la cotidianidad actual, que es universal, desde un punto de vista hedonista, nihilista y escéptico, en clave de humor. Esto presente no solo en un tema insigne como "Yo No Sé Qué Hacer Conmigo", sino en otros como "Me Hace Bien, Me Hace Mal" (todo lo que me gusta es pecado o hace mal, todo lo que me gusta es muy caro o ilegal), "Hoy Estoy Raro" (hijo único de la casualidad, mi padre era hippie y mi madre era fan), "Así Soy Yo" (no tengo penas ni tengo amores y así no sufro de sin sabores... con todo el mundo estoy a mano; como no juego ni pierdo, ni gano... no tengo mucho ni tengo poco; como no opino no me equivoco), "Invierno Del 92" (era linda aunque con mal aliento pero le cedí la mitad de mi asiento; «lo lamento», me dijo con acento; «al lado de un degenerado, no me siento»), "Me Amo" (yo me llevo solo bien conmigo; yo del mundo soy el ombligo... de mi vida yo hablo mucho y cuando me hablan yo nunca escucho... y soy de mi propia secta; soy mi pareja perfecta... y sí, yo soy así; propongo un brindis por mí), "Necesito Una Mujer" (necesito una mujercita que me quiera en serio y que tenga mucha guita; que me diga que soy un hombre divino y que tenga plata para tomar otro vino), o "Pobre Papá", cantada por el bajista (si el trabajo es salud, que trabajen los enfermos). Desde luego, tuvo una buena acogida. Caló en el gusto del público.
Siguieron los Catupecu Machu que asistían al evento por tercera ocasión, esta vez convocados a última hora para sustituir a sus compatriotas de Divididos. Creo que aparte de las ganas que le pusieron y el vigor que derrocharon, no fue mayor el aporte de estos argentinos que hacían alarde de su escasa habilidad. Nada encontraba yo de novedoso en temas como "Magia Veneno", cuyo riff parece robado a una canción de Madonna, o la versión de "Hechizo" de Héroes del Silencio. Sus letras son de una incoherencia absoluta, seguramente fruto de una escritura automática irresponsable, y su sonido es como un insípido y embriagante cóctel hecho con lo que toman de aquí y de allá. No eran lo que más hubiese querido en ese momento (además su presentación se prolongó más de lo necesario).
En cambio, lo que vino después era lo que mayor expectativa había despertado en mí: los neoyorkinos de Coheed And Cambria. Luego de ver al Cuarteto De Nos, habíamos avanzado con dificultad hacia adelante, entre la compacta masa de público que se resistía a ceder un lugar. Sólo mi hermano menor y yo logramos llegar hasta donde se ubica la barrera de seguridad que separa a los espectadores de la zona VIP –reservada a privilegiados que definitivamente no se lo merecen–, ubicada delante del escenario. Mientras Catupecu Machu castigaba mis oídos debí disputar el puesto ganado en ardua puja ni más ni menos que con una vieja que podría ser mi abuela y estaba allí con su hija o nieta enarbolando la bandera dada por la divulgación del festival al promover una convivencia forzada como aquella. No iba a permitir que se saliera con la suya gente como esa, ubicada en el lugar equivocado, queriendo participar de algo totalmente ajeno y desplazando a quienes sí pertenecían allí... como yo, que al estar desempleado no había podido ir, tiempo atrás, al concierto de la banda americana en Bogotá y ahora que tenía la oportunidad de verla en vivo y en directo no iba dejar que nadie me lo impidiera. Con esfuerzo me sobrepuse a la arremetida de la vieja que con su rechoncha mole corporal estrujaba mi enjuto corpezuelo. Sofocado y triturado, vi cómo la invenerable anciana, desconcertada y aburrida, harta de empujarme, de escuchar y ver algo que a las claras no entendía ni disfrutaba, y de atraer miradas de curiosos fascinados con su pintoresca presencia, por fin se largó.
Y justo antes de que saliera al escenario Coheed And Cambria que comenzó su repertorio con "Welcome Home". La banda expuso con suficiencia lo progresivo de su música y lo conceptual de su temática, basado en el universo de los cómics que crea Claudio Sánchez, vocalista y guitarrista, de enmaraña melena, quien demostró su destreza, no exenta de cierto virtuosismo, con el respaldo de los demás integrantes, igualmente músicos de cualidades excepcionales. Son capaces de hacer temas tan pegajosos como "The Suffering" hasta densas composiciones de la talla de "The Willing Well IV: The Final Cut". Durante ésta, Sánchez tocaba la guitarra con lo dientes en tanto Travis Stever, el otro guitarrista, jugueteaba con el efecto de talk box, y bajista y baterista hicieron solos en los que alcanzaban sonoridades propias del jazz. La apoteosis se desencadenó cuando en la interpretación de "Everything Evil" pasaron sin mayor transición a "The Trooper", célebre clásico de Iron Maiden. Todo nuestro frenesí se desbordó... Fue maravilloso.
Y había más.
La reunión, después de 5 años de su disolución, de Ultrágeno (banda bogotana que ha dejado su impronta en la historia del rock nacional y una indeleble huella en la memoria de sus fanáticos) era esperada con ansías. Todo comenzó con una ovación por parte del público al verlos salir y un fraternal abrazo de reencuentro entre los integrantes del grupo. Amós Piñeros, vocalista, tomó en sus manos el violín (inusual instrumento dentro del rock que él ha sabido incluir) e interpretó la intro de "La Juega" en tanto las pantallas proyectaban el video-clip de la canción. Como siempre lanzó sus consignas, que no son frases cliché de esas que generalmente usan los cantantes de la bandas de rock, sino auténticas invitaciones a la reflexión y, sobre todo, como él mismo lo proclama, a la acción: la revolución cotidiana del individuo... Con la cara alzada, la mirada al frente tocaron temas como "La Inconvenientemente", "Drulos", "Pálpito", "En Vos Confío", "Ultrágeno", "Almuerzo Ejecutivo", "Código Fuente", "Nulo" y "No Lo Sé"... Exudando energía y demostrando todo el poder de su música que es la mejor garantía de su frontal e inteligente discurso (si tu verbo empuja, actúa en consecuencia), Ultrágeno hizo que se sacudiera el letargo la juventud bogotana, raza hija de la furia, que palpitaba como un solo corazón acelerado, clamando como una misma tribu unida por el frágil hilo de la emoción.
Finalmente la jornada del domingo llegó a su fin y las miles de almas rockeras congregadas en el Parque Metropolitano Simón Bolívar partimos como un ejército de guerreros fatigados que regresa después de una cruzada.
***
yo en medio de la multitud y al lado de la gorda

domingo, 12 de octubre de 2008

DÍA 3

Llegó el lunes 5 de noviembre, las cosas volvieron a la normalidad en Rock al Parque. Bueno, casi. Se presentaron más bandas de las programadas. En el escenario Plaza además de las agrupaciones de reggae Vía Rústica, De Bruces A Mí y Alerta, a las que se sumó Huevo Atómico –que en uno de los típicos yerros de la programación había sido puesta originalmente el domingo–, Vietato, los Bunkers de Chile, Bajotierra de Medellín, los Amigos Invisibles de Venezuela y los Aterciopelados, estuvieron dos grupos nacionales y una leyenda viva del rock nacida en Colombia. Hotel Mama fue enviado al escenario Lago, donde se presentaron Two Way Analog, 69 Nombres, los mexicanos de Quiero Club, Seis Peatones, Morfonia, The Hall Effect, Sidestepper y Superlitio de Cali, tal como había sido planeado. Y con ellos: Black Sheep Attack, Zelfish Pérez y Cienfue de Panamá.
Por mí parte corrí con mala fortuna. Primero no había quién fuera conmigo. Ir solo no es el mejor de los planes. Así que me encaminé, ya tarde, luego de que las primeras bandas se habían presentado. Hubiese querido ver a Nadie y Vulgarxito en persona pero me abrumaba la idea de soportar 4 grupos de reggae y toda esa subcultura que equivocadamente llaman rastafari –hasta mal pronunciada– y realmente es raggamuffin y la humareda de ganjah que levantan. Así que tuve que conformarme con ver la transmisión por Canal Capital. Y eso no es lo mismo como bien lo mencionaba en la entrevista televisiva uno de los integrantes del grupo de punk rock paisa encargado de abrir en la plaza de eventos del Parque Metropolitano Simón Bolívar la tercera jornada. El sonido bestial de los Nadie se mostraba bien en vivo. Fue una verdadera lástima no haber disfrutado del salvaje espectáculo de Vulgarxito que incluía una sarta de improperios y obscenidades soltada por los integrantes del trío (que en "Cruzada" clamaban: ¡Gringo hijueputa!, "Pastor impostor" lo dedicaban a los curas cacorros, o sea pederastas, y ni hablar del estribillo ese Estoy que me picho a tu madre, estoy que me picho a tu abuela, estoy que me picho a tu hermana, estoy que me picho a tu tía...) y el libidinoso show de la bailarina que llevaron, una morenaza que debería haber hecho un rockero strip-tease, imagino, pero que en todo caso calentó los ánimos de espectadores. También interpretaron "You really got me" de los Kinks en la versión de Van Halen.
Lo que vi por la tele del otro escenario no me atrajo mucho, salvo las chicas: las mexicanillas de Quiero Club, una tocando los teclados y luciendo unos bonitos pantalones y otra tocando la guitarra o cantando mientras bailaba sin parar con un aro de hula-hula; y la bella cantante de Hotel Mama, banda en la que otra chica tocaba el saxo. Quería llegar cuando se presentara Chucho Merchán, el legendario bajista colombiano, que luego de intentar abrirse camino en el rock nacional marchó al Reino Unido donde forjó una carrera musical que le llevó a tocar con artistas de la talla de Eurythmics, The Pretenders, George Harrison, Pete Townshend y David Gilmour... después trabajó como productor y músico con latinoamericanos como Robi Draco Rosa y Jaguares. También se ha involucrado en causas humanitarias: desde el concierto benéfico en favor de las víctimas de Armero hasta el trabajo con su fundación Foneva. Ahora estaba, como el título de su reciente disco, De Regreso a Casa. Y en su banda cantaba una atractiva chica, había músicos jóvenes y veteranos y por ahí apareció un MC representando la cultura callejera.
Como había gastado hasta la última moneda el día anterior, todo lo que me quedaba era un billete de 20 mil que llevaba desde el sábado de la granizada. Se mojó tanto que la tinta se había corrido. Al pagar en el primer bus en el que intenté irme, el conductor aseguró que el billete era falso y se negó a recibirlo. Así pasó tres veces más. Siendo día festivo, no había muchos lugares abiertos y en el supermercado donde traté de cambiarlo, pese a que pasó la prueba de la máquina de luz ultravioleta que verifica su autenticidad, tampoco lo aceptaron. Había transcurrido más de una hora. Y me había alejado tanto del lugar donde tomar el bus que mejor decidí regresar a casa.
Habría estado bien ver a las bandas locales de pop rock como Vietato, Two Way Analog, 69 Nombres o The Hall Effect y a los Seis Peatones y su blues rock –Amigos Invisibles, Aterciopelados, Sidestepper y Superlitio no me interesaban en absoluto–, pero lo que realmente lamentaba perder era la presentación de los paisas de Bajotierra y los Bunkers, la banda chilena. Sin embargo, no quedé satisfecho con lo que pude apreciar. No sé si estando allá, en el parque, mi impresión hubiese cambiado. Lo cierto es que extrañé el ímpetu de Bajotierra, los encontraba demasiado sosegados –quizá era el paso del tiempo que todo lo aplaca– y una cosa era la sofisticación alcanzada en su disco Los Días Adelante de 2006 y otra la pasividad con que tocaron temas con groove y sabor a rock n' roll como "Ojos Enfermos", "Todo Bien", "Jimmy García" y su clásico "El Pobre". No conseguían transmitirme el mismo feeling de antes. Mientras que una canción nueva como "Los Killer Monkeys" conservó su encanto original. En cuanto a los Bunkers, hubo algo que no logró convencerme, admitiendo el profesionalismo y la destreza de los músicos. Frente a una banda que parece una mezcla de los Enanitos Verdes y The Hives y es capaz de hacer un cover de "Y volveré" de los Ángeles Negros y "Bang a Gong (Get It On)" de T-Rex no puedo evitar las suspicacias. En cambio, la propuesta de Cienfue, proveniente de Panamá, me pareció fresca e interesante; así como Zelfish Pérez, una banda rara e inquietante como su tema "La hora extraña", con una onda siniestra, un halo macabro y una voz de ultratumba. Me hacía pensar en Screamin' Jay Hawkins. La pinta de sus integrantes –algo de vudú haitiano había en ellos– acentuaba la comparación. Por cierto, para mí el look de los músicos es esencial. Y aparte del bajista de Nadie con su overol rojo y el peinado evocador de los Misfits, junto a los Zefish Pérez, la nota resonante la dio Vulgarxito: el bajista con un vestido de muñeca sobre su pijama tipo mameluco, sus largas trenzas y su infaltable gorra y el guitarrista y cantante con su maquillaje diabólico, sus cachos de cabello y su goatee o barba de macho cabrío teñida de color naranja.
En fin, lo demás ni siquiera lo vi por televisión. ¿Quién quiere más de lo mismo que puede verse en una entrega de premios MTV o cualquier festivalito pop de verano?
***
Bailarina acompañante de Vulgarxito Cantante de la banda de Chucho Merchán
QUIERO CLUB
DÍA 1

El anhelado día del metal fue restituido una semana después, el sábado 10 de noviembre de 2007, en un único escenario: la plaza de eventos del Parque Metropolitano Simón Bolívar. Como siempre, la respuesta del más fiel de los públicos fue total. Allí estaba una vez más la horda metalera vestida de negro. Fui con Cabeto y un vecino nuestro, un chico cuya mayor afición es el fútbol pero que quería vivir la inolvidable experiencia de asistir a un concierto multitudinario de metal pesado. No salimos a tiempo y perdimos las primeras bandas: Sigma, metal progresivo con músicos duchos que exploran en armonías que saben acoplar en los sonidos fuertes; Impromtus ad Mortem, metal gótico con acompañamiento de oboe, violín y cello, juego de voces masculina y femenina, puesta en escena teatral y la estética perteneciente a esta expresión artística; y Dar A Cada Uno Lo Que Es Suyo, hardcore con ciertos malabarismos melódicos y actitud "desafiante y positiva" en la que el mensaje es esencial...
Llegamos cuando finalizaba Ratón Pérez, una banda de jovencitos que comenzaron cuando tenían 10 u 11 años y ahora con 17 ya tenían una carrera musical, grabando y haciendo giras con esa autogestión propia del movimiento screamo, que de alguna manera representaban. Further Seems Forever y Unearth pueden ser buenos referentes en su caso. Había una encantadora chiquilla en la batería que sabía cómo darle a los tambores y un vocalista capaz de emitir esos potentes gritos, cargados del dramatismo de la Terapia Primal de Arthur Janov, y descender a una voz entre dulce y lastimera, como la instaurada por Jonathan Davis de KoЯn en "Kill You" cuando se debatía en doloridos sollozos... Su registro musical era el inherente al estilo: abruptos cambios de ritmo, crescendos y diminuendos, presencia de reposados sonidos melodiosos y explosión de furia hardcore, en medio de una atmósfera caótica donde cada integrante parece tocar por su cuenta y de vez en cuando concuerdan.
Gabriela Jimeno (baterista de Ratón Pérez)
Todo ello incordió a los acérrimos metaleros, quienes emprendieron una desmesurada e irrracional campaña de búsqueda y destrucción contra los llamados emos: esos chicos que a través de su vestimenta, su postura y, desde luego, manifestaciones juveniles como el rock, los cómics o los deportes extremos, expresan emociones y estados de ánimo propios, que no son más que su angustia existencial, proclamada de manera mediática y expuesta como moda, admitámoslo, pero tan legítima como la de los aguerridos metaleros de antaño por repulsiva que a ellos les resulte y los conduzca a comportarse como dogmáticos avejentados, como fascistas radicales, sectarios sionistas, fundamentalistas islámicos, republicanos intransigentes o capitalistas salvajes... igual, todos son un extremo que hala hacia su propio lado.
Y yo no iba a permanecer indiferente, contagiado de esa desidia por inercia engorda-traseros que padece la mayoría de mi generación –carente hasta de mentes dignas de ser destruidas por la locura. Cuando vi a una manada de melenudos y calvos con indumentaria negra persiguiendo a un niñato con ese peinado como de mod estilizado, camiseta ceñida, pantalones cortos y tenis Heket sin cordones de tela ajedrezada, no me lo pensé: fue una reacción inconsciente, mi instinto de protección, y acudí. Hay que anotar que los animales aquéllos –no debería decirles así, ni salvajes, pues solo un humano civilizado es el único que comete la atrocidad de inventar la guillotina, la bomba atómica o la ideología, y la infamia de usarlas en contra de otros–, como sea... esos subnormales que se atribuían la tarea de exterminio, como cualquier fuerza de choque, no sabían distinguir su objetivo y la emprendían contra todo lo que no fuera como ellos y no pudiera defenderse ante una jauría de cobardes que atacan en gavilla. Cabeto y el otro chico creyeron que yo corría para sumarme a la caterva de descerebrados que ya alcanzaba al chico para lincharlo por cometer el pecado de estar allí sin ser idéntico a los demás.
Cuando alcancé el tropel que se arremolinaba en torno al delgaducho joven caído y acribillado a patadas era tarde. Pero no tanto. Uno a uno fui halando hacia fuera a los más ensañados y apartando al resto hasta llegar al chico que estaba reventado como piñata apaleada por niños terribles y no podía sostenerse en pie. El ataque había sido fulminante: fueron peores que hienas hambrientas. Y ahora querían cebarse con la carroña como buitres. Curiosamente nadie me había agredido: seguramente me consideraban, gracias a mi aspecto, uno de ellos. Yo estaba de negro, traía el cabello largo y esa cara de criminal resentido que me ha dejado una vida despreciable en los barrios bajos, del lado de los humillados siempre. Cabeto y el otro habían ído para ayudarme al ver que intentaba salvar al jovenzuelo. Condujimos al chico a rastras hasta uno de los costados para que el personal logístico se encargara de trasladarlo a un puesto de atención médica. Respiraba con dificultad, sangraba y gemía.
No habíamos terminado de entregarlo cuando la turba desenfrenada corría tras una nueva víctima. Fui al rescate como un estúpido héroe, aún a costa de mi propia integridad –como se dice–, pero ¿de qué sirve la integridad física cuando no hay integridad moral ni social?... Esta vez además de mis dos acompañantes, me colaboró un sujeto del que los tres nos habíamos burlado antes por su pinta de hard rockero: gafas oscuras, franela esqueleto, tatuaje vistoso, jeans negros, botas vaqueras y melena a lo Ian Astbury o Enrique Bunbury en sus años mozos. Si bien llegué más a tiempo, no fue tan fácil apartar a los golpeadores. De hecho debí repartir empujones fuertes y sacudidas contundentes aprendidas a Steven Seagal para ahuyentar a los agresores que ahora se mostraban avisados de mi intercesión en favor de los perseguidos. Al nuevo herido lo llevamos a la salida.
Tan pronto nos dimos vuelta pude ver a la panda de cazadores furtivos acosando una presa más. El chico que venía con nosotros no podía correr demasiados riesgos: recientemente le habían hecho una cirugía en una pierna; el rockero se había hecho a un lado. «Está bien ayudar una vez, pero no puedes convertirte en la niñera de los emos», pensaría. Cabeto opinaba que mejor no nos inmiscuyéramos más: no era asunto nuestro. Eso era cierto. En todo caso, emprendí la carrera para intervenir una vez más. En el camino traté de pedir ayuda al personal de seguridad y a la policía pero me encontré con la respuesta típica por parte de las fuerzas del orden: si alguien aparte de ellos ejerce la violencia o la represión, le dejan hacer, pues les ahorra el trabajo para el único que se supone sirven: la coerción. En el colmo de la indolencia y la ignominia, un oficial grababa en video la paliza con su teléfono celular. Seguí mi senda de salvación, temiendo que como todo redentor habría de terminar crucificado. En esta ocasión me tocó enseñar los puños a más de uno. Alcancé a detectar que me reconocían y tejían conspiraciones para hacerme morder el polvo. Era tiempo de dar un paso al costado, suspender mi papel de buen samaritano y dejar que machacaran a los chiquillos ya que nadie había seguido mi ejemplo. Es más, debía preocuparme por mi seguridad: estaba visto que me habían señalado como blanco de uno de esas traicioneras y abyectas embestidas.
Nos ubicamos en un de los costados de la plaza de eventos. Hice un último intento con los de medios de comunicación emplazados allí pero estaban más interesados en recoger y difundir un testimonio escandalizado por los desmanes para reafirmar esa imagen satanizada del metal pesado –en este caso merecida– que en intervenir en favor de las víctimas. Es decir, cumplían el mismo papel que en el conflicto nacional. Entre tanto, el Experimento Aleph en un gesto irresponsable y descomedido seguía tocando como si nada. De la banda cabe decir que tiene la consciencia de llamarse experimento, que de ahí no pasan, que su ruidosa música no es más que una burda imitación de los caminos recorridos por Mike Patton, cuya obra –después de Faith No More– no puede calificarse más que de pastiche. Mientras aguardaba a que los verdugos vinieran a cumplir mi sentencia, me burlaba de las pueriles pretensiones de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte que creía que había organizado un festival cultural, incluyente y representativo, manoseando hasta el cansancio un lema insustancial como el de "Días de extrema convivencia" y que con una artera estrategia había apelado al residuo religioso que persiste en el inconsciente colectivo nacional promulgando los 13 Mandamientos de Rock al Parque y el Credo del Festival. Qué risa. ¿Cómo se podía ser tan iluso a la hora de proponer algo tan serio como un evento que congrega y mantiene ocupada a la juventud de una ciudad por un fin de semana?
Para nosotros no hubo más aparte del hostigamiento verbal de unos cuantos que dieron conmigo, al que respondí de manera provocadora, sin amedrentarme: al fin y al cabo, lo único que tenía que perder era la vida. Eso sí, no quería sufrir el ataque de una muchedumbre de montoneros que me impidiera ver a Brujería. Por suerte, llegó un amigo de Cabeto que había quedado de ir. Fue fácil reconocerlo entre la gente. Apenas lo vio, gritó su nombre e hizo señas con el brazo alzado para que los que acechaban en espera del momento propicio para abatirnos con el respaldo de la tropa de malandrines se enterara. Fuimos a su encuentro. Estábamos en medio de la multitud: en la boca de lobo, pero no nos preocupaba. La presencia del amigo de Cabeto, un chico apenas llegado a la mayoría de edad pero del tamaño de un mastodonte: ha de pesar más de 300 libras, nos infundía tranquilidad. Por otro lado, los perseguidores se habían dispersado y muchos ignoraban tras de quién iban: solo iban detrás a contribuir a la "causa" con unos cuantos golpes al que fuese, sin pensar. Y algunos estaban tan borrachos y drogados que tardarían el resto de sus vidas en descubrirnos como los saboteadores de su absurda ofensiva. De vez en cuando alguien clamaba: «¡Muerte a los emos!» y volvían a las andadas. Para entonces mi impulso piadoso se había aplacado. Finalmente. ¿no andaban buscando, esos chicos, sensaciones extremas como pánico, frenesí e intenso dolor corporal?... Pues ahí las tenían. Hay que tener cuidado con lo que se desea porque puede cumplirse. Con la expulsión forzada de los emos la cosa volvió a la densa normalidad, pese a la impertinencia de la presentadora salida de la televisión local, Simona Sánchez, quien amenazó con acabar por su propia cuenta el festival si no cesaban las hostilidades y condicionó la continuidad del evento al buen comportamiento, de manera chocante e impositiva, como si fuera la dueña de la casa. Las bandas que siguieron con toda su furia contenida y su parsimonia con algunos brotes de desorden musical disfrazados de agresividad contribuyeron a calmar la tensión; aunque Pr1mal y su metal fusión, Raíz y su metal alternativo e Injury y su nu metal por su suavidad o su inconsistencia pueden llegar a ser exasperantes para los aficionados al sonido tradicional del metal pesado.
Básicamente fue una larga espera para lo que seguía: thrash death y grindcore de las cuatro agrupaciones que venían a continuación, comenzando con los Cuentos De Los Hermanos Grind. Había una enorme expectativa y fue satisfecha. Al inicio se escuchó la música de Halloween de John Carpenter (director y compositor de la popular melodía), película emblemática del subgénero slasher que instituye al psicópata enmascarado –en este caso Michael Myers– dedicado a asesinar brutalmente adolescentes. Con ese preludio no solo se entroncaban rock pesado y cine de terror que tienen la estética gore en común, sino que se anunciaba la propuesta escénica de la banda: performance que recurre a lo macabro y lo mórbido, les acompañaba una menuda chica interpretando a sus personajes Caperuputa, Perricienta o la Bella Caliente (la sensación que generaba con sus lujuriosos vestiditos y su vocecita infantil era de impudicia pedófila), así como sus disfraces y máscaras en la tradición de bandas que van desde Gwar hasta Slipknot, pasando por Mushroomhead, Lordi, PinHed o Asesino. Además de la crudeza y rapidez relativas al género; la voz gutural que semeja una regurgitación interminable, la distorsión saturada de la guitarra, la batería implacable y la contumacia del bajo formaban una masa compacta y machacante sin solos instrumentales de sucia calidad premeditada. Tanto en el nombre de la banda y los alias de los integrantes (Bizarrio, Lobo Culión, Gato con Zorras y Bruja Heroína) como en los títulos de las canciones o "cantipuercos" ("El Patrón Pérez", "Hansel y Retrete" o "Los Tres Marranos Maricones") –su contenido lírico resultaba indescifrable– podían apreciarse sátira y humor negro, corrosivo, que recordaban a Pungent Stench (banda austríaca cuyo vocalista y guitarrista se hace llamar Don Cochino –en español–) o los Excrementory Grindfuckers, que junto con los Ten Masked Men son algo así como los "Weird Al" Yankovic del metal: hacen versiones guarras de temas conocidos del pop, quizá las más divertidas de unos y otros sean las de "I Like to Move It" de Reel 2 Real, "Stayin' Alive" de los BeeGees, "Living La Vida Loca" de Ricky Martin y "Whenever, Wherever" de Shakira... La presentación de Cuentos De Los Hermanos Grind fue una descarga de poderío primitivo y experimental que repercutió enérgicamente en los asistentes. Todo el furor se canalizó, para quienes así querían exteriorizarlo, a través de un violento pogo sin cuartel: una feroz patacera, como dicen aquí. Saciados o apaleados los metaleros disfrutaron con algo de sosiego a Toxic que, en mi opinión, no tenía nada nuevo que ofrecer, la misma pesadez de siempre y que palidecía frente a la anterior presentación que si resultaba innovadora. Koyi K-Utho que había sido anunciado, afortunadamente, no se presentó.
Performance de Cuentos De Los Hermanos Grind
Se acercaba el esperado final. Y como un ave Fénix que surge de entre las cenizas negándose a cantar como cisne, apareció Agony. Esta agrupación bogotana que ha escrito algunas de las páginas más importantes de la historia del metal pesado en Colombia y ha dejado tras de sí una legión de seguidores reunía a su alineación más memorable: Alfonso Pinzón en batería, Andrés Jaramillo en guitarra –ambos habían tocado en el festival del año anterior con Día De Los Muertos–; el vocalista César Botero, quien con Carlos Marín –actual guitarrista de La Pestilencia– han estado juntos en el side-project Decode, y Carlos Reyes, bajista de The Black Cat Bone. Al igual que bandas como Neurosis Inc. o Masacre de Medellín, Agony tiene un enorme poder de convocatoria que hace confluir a un público de diversas tendencias dentro del rock pesado. Adicionalmente, el buen desempeño en vivo1 que les llevó a grabar su primer álbum –Live All The Time– de esta manera, les proporcionaba una gran aceptación por parte los espectadores. En todo caso, su descarga de sonido tradicionalmente potente no fue tan certera como en años anteriores. Interpretaron temas de su breve pero importante discografía: "Cultivos de Cinismo", que es la única canción en estudio que parece en el disco en vivo; "Die Alone" que se encuentra tanto en éste –en concierto– como en Millennium (del cual hicieron el tema homónimo); e incuso "King Of Rats" de Reborn, álbum en el que no grabó la voz Botero. Como siempre su canción más celebrada fue la emblemática "Pogotá", que originalmente apareció en su incunable demo en cassette de 1994.
Finalmente quedamos agradecidos con la banda no solo por su presentación, sino por la gestión que hizo posible la participación a última hora, como invitado especial, de la mítica banda Brujería. Deathgrind del mejor a cargo de una singular agrupación por la que han pasado algunas de las más destacadas personalidades de la escena, que valiéndose de la leyenda negra creada en torno a sus integrantes ha sabido llevar a cabo una interesante propuesta sui generis (han hecho, por ejemplo, "Marijuana", una parodia de la popular "Macarena"). Apelan en lo musical a lo más pesado del género, la combinación de grindcore con death metal, interpretado por músicos de categoría, y en lo temático a la imaginería popular de la frontera entre México y EEUU. En sus letras enaltecen a Pablo Escobar –hombre de familia y el padrino de los pobres [que] repartió placer al mundo entero– o atacan a Fidel Castro y mezclan en el mismo crisol caudillos, delincuentes, mojados, coyotes, violadores, asesinos, "greñudos locos", indios, putas, tráficantes, bandoleros, culeros, rateros, santeros, balseros, gente del barrio, zapatistas y demás pinches personajes.
Lo cierto es que distinguir el grado de parodia y sátira no es tan sencillo. No solo para los fanáticos. Al seno de la banda ha habido controversia por un alegato nacionalista postulado desde el vientre de la bestia. Si bien es en contra de los americanos más conservadores, surge de chicanos que hablan un español algo precario
2 y están acompañados por güeros que ni spanglish balbucean. En parte, eso causó el cisma de la banda, tras el cual se retiraron los miembros fundadores Dino Cazares y Nicholas Barker.
Así como hay quienes siguen creyendo que la bruja de Blair existió y que realmente ocurrió lo que muestran en Holocauto Caníbal, todavía –según comentarios que oí–, había entre los que iban a ver a Brujería quienes pensaban que efectivamente eran criminales buscados a lado y lado del Río Grande o Bravo del Norte con un rastro de decapitaciones a su paso, como hacen los narcos de allá y los de aquí, seguramente influenciados por los escabrosos relatos de la música norteña, y no reconocían en el escándalo y la polémica que deliberadamente buscan ser satanizados de forma mediática –lo que puede reportar enormes beneficios económicos como los obtenidos por Marilyn Manson–, un esfuerzo que a ellos les generó una masa de seguidores incondicionales que los convirtió en banda de culto.
Allí estaban pues, en la guitarra, Hongo (Shane Embury), quien ya había estado en Colombia como bajista de Napalm Death; en la batería, Podrido (Adrian Erlandsson), que había estado en nuestro país con Cradle Of Filth y habrá de volver con Carcass, banda con la que también vendrá el bajista Jeffrey Walker quien, como El Cynico, tocó en aquella ocasión en Bogotá con Brujería. Y los cantantes Fantasma, descrito como el cubano más mexicano del mundo, y Juan Brujo, que blandía con orgullo el machete en un gesto que vaya uno a saber que tan apropiadamente hayan interpretado los metaleros, esos de quien incluso se burlaron llamándolos «greñudos fresas» que «hasta vírgenes serán», en tanto echaban chingazos, daban consejos narcos, proclamaban consignas como «¡Viva México, cabrones!» y pedían una –no un– Cuba libre.
El rebaño de güeyes, como nos decían, disfrutaba con cada una de sus canciones: "Matando Güeros", "Misas Negras", "Raza Odiada (Pito Wilson)", "Colas de Rata", "La Migra", "Revolución", "La Ley de Plomo", "El Patrón", "Brujerizmo", "Marcha de Odio" y "Anti-Castro"... Alrededor de 60 mil asistentes nos reunimos en aquella jornada postergada que llegaba a su fin y con ella la decimotercera versión de Rock al Parque, en el año 2007. Y sí, salimos de allí satisfechos y, ¿por qué no decirlo?, contentos con lo que habíamos apreciado. Ya había olvidado lo ocurrido poco después de mi llegada cuando me había entrometido en un asunto que no me incumbía en favor de chicos que jamás me lo agradecerían y había puesto en riesgo mi propia seguridad y la de mis acompañantes. Esto me lo recordó un hombre mayor que me preguntó, en el microbús en que regresaba a casa, si venía del concierto y me contó que había dejado ir a su hijo adolescente pese a su aprensión hacia este tipo de eventos. Se me ocurrió que podría haber sido alguno de los chicos que habíamos salvado... El viejo y yo charlamos y quedó gratamente impresionado porque un sujeto que asiste a un concierto de rock pesado, «esa música metálica» la llaman los legos, tuviera educación superior, sentido común y un grado de consciencia suficiente como para saber que la violencia no resuelve mucho que digamos. Me sentí casi orgulloso, luego de haberme sentido antes tan avergonzado por vestir de negro, llevar el pelo largo, apasionarme por el heavy metal y hablar de manera intransigente para demostrar la pureza de mi odio en contra de casi todo.
Rock al Parque 2007 había concluido. Los conciertos habían reunido a miles de personas y casi 50 bandas. Debido al extraño fenómeno climático que azotó la ciudad el sábado 3 de noviembre se canceló el evento y tuvo que ser reformado al día siguiente y restituída la jornada correspondiente, el día del metal, una semana después. Con eso resultó perdiendo la banda paisa de hardcore Grito de Medellín que no se presentó. Los cambios, sin embargo, permitieron que tuviéramos la visita de agrupación de Los Angeles Brujería. Y el vendaval nos deparó la posibilidad de contemplar una maravilla natural nunca antes vista. Y yo había estado allí como en 11 ocasiones anteriores, año tras año, fiel a algo que me ha hecho, unas horas de mi vida, feliz.
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1 (hago un paréntesis para decir que no sé cómo los españoles pueden ser tan torpes de decir «en directo», en vez de «en vivo», y tienen la desfachatez de traducir live album como disco en directo).
2 «dició», en lugar de «dijo» es uno de los errores más frecuentes que cometen.
pabloexiste entre la gente