sábado, 11 de junio de 2011

UN DISCO Y UN AMIGO DE HACE 20 AÑOS


El segundo álbum de la banda de hard rock estadounidense Skid Row, Slave to the Grind fue lanzado al mercado el 11 de junio de 1991, hace exactamente 20 años.
En poco tiempo estuvo en las tiendas de discos de todo el mundo. Y por supuesto apenas llegó a nuestro país, mi amigo Josué Dardo –entonces un fanático de esa música, como yo–, lo compró inmediatamente. Ya el primer sencillo, «Monkey Business», sonaba en radio y su video rotaba en televisión; y en las revistas de rock figuraban las fotografías de la banda.
Es decir, toda esa maquinaria del mercado, que pareciera las letras de algunas de las canciones y la intención general del disco cuestionan, estaba en marcha y los rockeros como esclavos del sistema mercantil acudíamos en masa a consumir ciegamente.
Saciábamos nuestra gula de rebeldía con letras de canciones que hablaban sobre la crisis de la vida moderna… una vida que era como un espectáculo o un negocio, una vida de relaciones humanas psicóticas, en la que la autoridad, la política y la religión determinaban el comportamiento de los esclavos: monitos con fez marroquí que tocaban los platillos como si les dieran cuerda.
En todo caso, podría decirse que las letras eran muchas más elaboradas que las de su álbum predecesor y el primero en la carrera discográfica de la banda, el epónimo Skid Row de 1989. «Get the Fuck Out», una canción decididamente provocadora, por el contenido explícito de su título fue removida de algunas versiones del disco.
Tanto ese primer sencillo como la canción homónima del álbum eran temas contundentes, que mostraban el cambio en la banda hacia un sonido más pesado… Eso era lo que uno percibía al oír el disco en su totalidad como pude hacerlo tan pronto como Josué lo tuvo y me invitó a su casa para escucharlo.
Aparte de los dos primeros temas, me gustaba «Psycho Love», porque estaba muy en sintonía con el otro par de canciones y, claro, porque el video musical ayudaba mucho a mejorar la impresión.
También me fascinaban las 3 baladas del disco: «Quicksand Jesus», «In a Darkened Room» y, sobre todo, «Wasted Time», que abordaba el tema de la adicción a las drogas, desde una conmovedora perspectiva.
Otra cosa que atraía, definitivamente, era el diseño de la portada, obra de David Bierk, el padre de Sebastian Bach* quien pintó la imagen que se extendía a lo largo y ancho del booklet cuando se desplegaba. Se trataba de una suerte de pastiche de El entierro de Santa Lucía de Caravaggio, donde conviven personajes antiguos con otros pertenecientes a la actualidad, entre ellos uno que semeja a John F. Kennedy.
A los dos nos encantó ese disco, desde el arte de la cubierta hasta la destreza que mostraban estos nuevos Skid Row: Sebastian Bach en la potencia de su aguda voz, Dave Sabo y Scotti Hill en los duelos de guitarra y Rachel Bolan y Rob Affuso en solidez de la base rítmica. Parecía el primer paso hacia algo que se perfiló bien al año siguiente, 1992, con el EP de cóvers B-Side Ourselves y alcanzó nuevos horizontes con Subhuman Race, álbum de 1994, pero que pronto se disolvió con la salida de Rob Affuso y Sebastian Bach.
Casi al mismo tiempo Josué y yo dejaríamos de vernos frecuentemente, separados por la distancia y las distintas carreras que seguíamos, hasta que al final nos perderíamos la pista.
Hoy, vuelvo a escuchar Slave to the Grind y mi impresión permanece casi intacta, como los buenos recuerdos de mi amigo Josué Dardo, a quien no he vuelto a ver.

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*Sebastian proviene de una familia canadiense de artistas, entre cuyos padres y hermanos hay actrices, pintores, fotógrafos y también un jugador de hockey.

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