domingo, 12 de octubre de 2008

DÍA 1

El anhelado día del metal fue restituido una semana después, el sábado 10 de noviembre de 2007, en un único escenario: la plaza de eventos del Parque Metropolitano Simón Bolívar. Como siempre, la respuesta del más fiel de los públicos fue total. Allí estaba una vez más la horda metalera vestida de negro. Fui con Cabeto y un vecino nuestro, un chico cuya mayor afición es el fútbol pero que quería vivir la inolvidable experiencia de asistir a un concierto multitudinario de metal pesado. No salimos a tiempo y perdimos las primeras bandas: Sigma, metal progresivo con músicos duchos que exploran en armonías que saben acoplar en los sonidos fuertes; Impromtus ad Mortem, metal gótico con acompañamiento de oboe, violín y cello, juego de voces masculina y femenina, puesta en escena teatral y la estética perteneciente a esta expresión artística; y Dar A Cada Uno Lo Que Es Suyo, hardcore con ciertos malabarismos melódicos y actitud "desafiante y positiva" en la que el mensaje es esencial...
Llegamos cuando finalizaba Ratón Pérez, una banda de jovencitos que comenzaron cuando tenían 10 u 11 años y ahora con 17 ya tenían una carrera musical, grabando y haciendo giras con esa autogestión propia del movimiento screamo, que de alguna manera representaban. Further Seems Forever y Unearth pueden ser buenos referentes en su caso. Había una encantadora chiquilla en la batería que sabía cómo darle a los tambores y un vocalista capaz de emitir esos potentes gritos, cargados del dramatismo de la Terapia Primal de Arthur Janov, y descender a una voz entre dulce y lastimera, como la instaurada por Jonathan Davis de KoЯn en "Kill You" cuando se debatía en doloridos sollozos... Su registro musical era el inherente al estilo: abruptos cambios de ritmo, crescendos y diminuendos, presencia de reposados sonidos melodiosos y explosión de furia hardcore, en medio de una atmósfera caótica donde cada integrante parece tocar por su cuenta y de vez en cuando concuerdan.
Gabriela Jimeno (baterista de Ratón Pérez)
Todo ello incordió a los acérrimos metaleros, quienes emprendieron una desmesurada e irrracional campaña de búsqueda y destrucción contra los llamados emos: esos chicos que a través de su vestimenta, su postura y, desde luego, manifestaciones juveniles como el rock, los cómics o los deportes extremos, expresan emociones y estados de ánimo propios, que no son más que su angustia existencial, proclamada de manera mediática y expuesta como moda, admitámoslo, pero tan legítima como la de los aguerridos metaleros de antaño por repulsiva que a ellos les resulte y los conduzca a comportarse como dogmáticos avejentados, como fascistas radicales, sectarios sionistas, fundamentalistas islámicos, republicanos intransigentes o capitalistas salvajes... igual, todos son un extremo que hala hacia su propio lado.
Y yo no iba a permanecer indiferente, contagiado de esa desidia por inercia engorda-traseros que padece la mayoría de mi generación –carente hasta de mentes dignas de ser destruidas por la locura. Cuando vi a una manada de melenudos y calvos con indumentaria negra persiguiendo a un niñato con ese peinado como de mod estilizado, camiseta ceñida, pantalones cortos y tenis Heket sin cordones de tela ajedrezada, no me lo pensé: fue una reacción inconsciente, mi instinto de protección, y acudí. Hay que anotar que los animales aquéllos –no debería decirles así, ni salvajes, pues solo un humano civilizado es el único que comete la atrocidad de inventar la guillotina, la bomba atómica o la ideología, y la infamia de usarlas en contra de otros–, como sea... esos subnormales que se atribuían la tarea de exterminio, como cualquier fuerza de choque, no sabían distinguir su objetivo y la emprendían contra todo lo que no fuera como ellos y no pudiera defenderse ante una jauría de cobardes que atacan en gavilla. Cabeto y el otro chico creyeron que yo corría para sumarme a la caterva de descerebrados que ya alcanzaba al chico para lincharlo por cometer el pecado de estar allí sin ser idéntico a los demás.
Cuando alcancé el tropel que se arremolinaba en torno al delgaducho joven caído y acribillado a patadas era tarde. Pero no tanto. Uno a uno fui halando hacia fuera a los más ensañados y apartando al resto hasta llegar al chico que estaba reventado como piñata apaleada por niños terribles y no podía sostenerse en pie. El ataque había sido fulminante: fueron peores que hienas hambrientas. Y ahora querían cebarse con la carroña como buitres. Curiosamente nadie me había agredido: seguramente me consideraban, gracias a mi aspecto, uno de ellos. Yo estaba de negro, traía el cabello largo y esa cara de criminal resentido que me ha dejado una vida despreciable en los barrios bajos, del lado de los humillados siempre. Cabeto y el otro habían ído para ayudarme al ver que intentaba salvar al jovenzuelo. Condujimos al chico a rastras hasta uno de los costados para que el personal logístico se encargara de trasladarlo a un puesto de atención médica. Respiraba con dificultad, sangraba y gemía.
No habíamos terminado de entregarlo cuando la turba desenfrenada corría tras una nueva víctima. Fui al rescate como un estúpido héroe, aún a costa de mi propia integridad –como se dice–, pero ¿de qué sirve la integridad física cuando no hay integridad moral ni social?... Esta vez además de mis dos acompañantes, me colaboró un sujeto del que los tres nos habíamos burlado antes por su pinta de hard rockero: gafas oscuras, franela esqueleto, tatuaje vistoso, jeans negros, botas vaqueras y melena a lo Ian Astbury o Enrique Bunbury en sus años mozos. Si bien llegué más a tiempo, no fue tan fácil apartar a los golpeadores. De hecho debí repartir empujones fuertes y sacudidas contundentes aprendidas a Steven Seagal para ahuyentar a los agresores que ahora se mostraban avisados de mi intercesión en favor de los perseguidos. Al nuevo herido lo llevamos a la salida.
Tan pronto nos dimos vuelta pude ver a la panda de cazadores furtivos acosando una presa más. El chico que venía con nosotros no podía correr demasiados riesgos: recientemente le habían hecho una cirugía en una pierna; el rockero se había hecho a un lado. «Está bien ayudar una vez, pero no puedes convertirte en la niñera de los emos», pensaría. Cabeto opinaba que mejor no nos inmiscuyéramos más: no era asunto nuestro. Eso era cierto. En todo caso, emprendí la carrera para intervenir una vez más. En el camino traté de pedir ayuda al personal de seguridad y a la policía pero me encontré con la respuesta típica por parte de las fuerzas del orden: si alguien aparte de ellos ejerce la violencia o la represión, le dejan hacer, pues les ahorra el trabajo para el único que se supone sirven: la coerción. En el colmo de la indolencia y la ignominia, un oficial grababa en video la paliza con su teléfono celular. Seguí mi senda de salvación, temiendo que como todo redentor habría de terminar crucificado. En esta ocasión me tocó enseñar los puños a más de uno. Alcancé a detectar que me reconocían y tejían conspiraciones para hacerme morder el polvo. Era tiempo de dar un paso al costado, suspender mi papel de buen samaritano y dejar que machacaran a los chiquillos ya que nadie había seguido mi ejemplo. Es más, debía preocuparme por mi seguridad: estaba visto que me habían señalado como blanco de uno de esas traicioneras y abyectas embestidas.
Nos ubicamos en un de los costados de la plaza de eventos. Hice un último intento con los de medios de comunicación emplazados allí pero estaban más interesados en recoger y difundir un testimonio escandalizado por los desmanes para reafirmar esa imagen satanizada del metal pesado –en este caso merecida– que en intervenir en favor de las víctimas. Es decir, cumplían el mismo papel que en el conflicto nacional. Entre tanto, el Experimento Aleph en un gesto irresponsable y descomedido seguía tocando como si nada. De la banda cabe decir que tiene la consciencia de llamarse experimento, que de ahí no pasan, que su ruidosa música no es más que una burda imitación de los caminos recorridos por Mike Patton, cuya obra –después de Faith No More– no puede calificarse más que de pastiche. Mientras aguardaba a que los verdugos vinieran a cumplir mi sentencia, me burlaba de las pueriles pretensiones de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte que creía que había organizado un festival cultural, incluyente y representativo, manoseando hasta el cansancio un lema insustancial como el de "Días de extrema convivencia" y que con una artera estrategia había apelado al residuo religioso que persiste en el inconsciente colectivo nacional promulgando los 13 Mandamientos de Rock al Parque y el Credo del Festival. Qué risa. ¿Cómo se podía ser tan iluso a la hora de proponer algo tan serio como un evento que congrega y mantiene ocupada a la juventud de una ciudad por un fin de semana?
Para nosotros no hubo más aparte del hostigamiento verbal de unos cuantos que dieron conmigo, al que respondí de manera provocadora, sin amedrentarme: al fin y al cabo, lo único que tenía que perder era la vida. Eso sí, no quería sufrir el ataque de una muchedumbre de montoneros que me impidiera ver a Brujería. Por suerte, llegó un amigo de Cabeto que había quedado de ir. Fue fácil reconocerlo entre la gente. Apenas lo vio, gritó su nombre e hizo señas con el brazo alzado para que los que acechaban en espera del momento propicio para abatirnos con el respaldo de la tropa de malandrines se enterara. Fuimos a su encuentro. Estábamos en medio de la multitud: en la boca de lobo, pero no nos preocupaba. La presencia del amigo de Cabeto, un chico apenas llegado a la mayoría de edad pero del tamaño de un mastodonte: ha de pesar más de 300 libras, nos infundía tranquilidad. Por otro lado, los perseguidores se habían dispersado y muchos ignoraban tras de quién iban: solo iban detrás a contribuir a la "causa" con unos cuantos golpes al que fuese, sin pensar. Y algunos estaban tan borrachos y drogados que tardarían el resto de sus vidas en descubrirnos como los saboteadores de su absurda ofensiva. De vez en cuando alguien clamaba: «¡Muerte a los emos!» y volvían a las andadas. Para entonces mi impulso piadoso se había aplacado. Finalmente. ¿no andaban buscando, esos chicos, sensaciones extremas como pánico, frenesí e intenso dolor corporal?... Pues ahí las tenían. Hay que tener cuidado con lo que se desea porque puede cumplirse. Con la expulsión forzada de los emos la cosa volvió a la densa normalidad, pese a la impertinencia de la presentadora salida de la televisión local, Simona Sánchez, quien amenazó con acabar por su propia cuenta el festival si no cesaban las hostilidades y condicionó la continuidad del evento al buen comportamiento, de manera chocante e impositiva, como si fuera la dueña de la casa. Las bandas que siguieron con toda su furia contenida y su parsimonia con algunos brotes de desorden musical disfrazados de agresividad contribuyeron a calmar la tensión; aunque Pr1mal y su metal fusión, Raíz y su metal alternativo e Injury y su nu metal por su suavidad o su inconsistencia pueden llegar a ser exasperantes para los aficionados al sonido tradicional del metal pesado.
Básicamente fue una larga espera para lo que seguía: thrash death y grindcore de las cuatro agrupaciones que venían a continuación, comenzando con los Cuentos De Los Hermanos Grind. Había una enorme expectativa y fue satisfecha. Al inicio se escuchó la música de Halloween de John Carpenter (director y compositor de la popular melodía), película emblemática del subgénero slasher que instituye al psicópata enmascarado –en este caso Michael Myers– dedicado a asesinar brutalmente adolescentes. Con ese preludio no solo se entroncaban rock pesado y cine de terror que tienen la estética gore en común, sino que se anunciaba la propuesta escénica de la banda: performance que recurre a lo macabro y lo mórbido, les acompañaba una menuda chica interpretando a sus personajes Caperuputa, Perricienta o la Bella Caliente (la sensación que generaba con sus lujuriosos vestiditos y su vocecita infantil era de impudicia pedófila), así como sus disfraces y máscaras en la tradición de bandas que van desde Gwar hasta Slipknot, pasando por Mushroomhead, Lordi, PinHed o Asesino. Además de la crudeza y rapidez relativas al género; la voz gutural que semeja una regurgitación interminable, la distorsión saturada de la guitarra, la batería implacable y la contumacia del bajo formaban una masa compacta y machacante sin solos instrumentales de sucia calidad premeditada. Tanto en el nombre de la banda y los alias de los integrantes (Bizarrio, Lobo Culión, Gato con Zorras y Bruja Heroína) como en los títulos de las canciones o "cantipuercos" ("El Patrón Pérez", "Hansel y Retrete" o "Los Tres Marranos Maricones") –su contenido lírico resultaba indescifrable– podían apreciarse sátira y humor negro, corrosivo, que recordaban a Pungent Stench (banda austríaca cuyo vocalista y guitarrista se hace llamar Don Cochino –en español–) o los Excrementory Grindfuckers, que junto con los Ten Masked Men son algo así como los "Weird Al" Yankovic del metal: hacen versiones guarras de temas conocidos del pop, quizá las más divertidas de unos y otros sean las de "I Like to Move It" de Reel 2 Real, "Stayin' Alive" de los BeeGees, "Living La Vida Loca" de Ricky Martin y "Whenever, Wherever" de Shakira... La presentación de Cuentos De Los Hermanos Grind fue una descarga de poderío primitivo y experimental que repercutió enérgicamente en los asistentes. Todo el furor se canalizó, para quienes así querían exteriorizarlo, a través de un violento pogo sin cuartel: una feroz patacera, como dicen aquí. Saciados o apaleados los metaleros disfrutaron con algo de sosiego a Toxic que, en mi opinión, no tenía nada nuevo que ofrecer, la misma pesadez de siempre y que palidecía frente a la anterior presentación que si resultaba innovadora. Koyi K-Utho que había sido anunciado, afortunadamente, no se presentó.
Performance de Cuentos De Los Hermanos Grind
Se acercaba el esperado final. Y como un ave Fénix que surge de entre las cenizas negándose a cantar como cisne, apareció Agony. Esta agrupación bogotana que ha escrito algunas de las páginas más importantes de la historia del metal pesado en Colombia y ha dejado tras de sí una legión de seguidores reunía a su alineación más memorable: Alfonso Pinzón en batería, Andrés Jaramillo en guitarra –ambos habían tocado en el festival del año anterior con Día De Los Muertos–; el vocalista César Botero, quien con Carlos Marín –actual guitarrista de La Pestilencia– han estado juntos en el side-project Decode, y Carlos Reyes, bajista de The Black Cat Bone. Al igual que bandas como Neurosis Inc. o Masacre de Medellín, Agony tiene un enorme poder de convocatoria que hace confluir a un público de diversas tendencias dentro del rock pesado. Adicionalmente, el buen desempeño en vivo1 que les llevó a grabar su primer álbum –Live All The Time– de esta manera, les proporcionaba una gran aceptación por parte los espectadores. En todo caso, su descarga de sonido tradicionalmente potente no fue tan certera como en años anteriores. Interpretaron temas de su breve pero importante discografía: "Cultivos de Cinismo", que es la única canción en estudio que parece en el disco en vivo; "Die Alone" que se encuentra tanto en éste –en concierto– como en Millennium (del cual hicieron el tema homónimo); e incuso "King Of Rats" de Reborn, álbum en el que no grabó la voz Botero. Como siempre su canción más celebrada fue la emblemática "Pogotá", que originalmente apareció en su incunable demo en cassette de 1994.
Finalmente quedamos agradecidos con la banda no solo por su presentación, sino por la gestión que hizo posible la participación a última hora, como invitado especial, de la mítica banda Brujería. Deathgrind del mejor a cargo de una singular agrupación por la que han pasado algunas de las más destacadas personalidades de la escena, que valiéndose de la leyenda negra creada en torno a sus integrantes ha sabido llevar a cabo una interesante propuesta sui generis (han hecho, por ejemplo, "Marijuana", una parodia de la popular "Macarena"). Apelan en lo musical a lo más pesado del género, la combinación de grindcore con death metal, interpretado por músicos de categoría, y en lo temático a la imaginería popular de la frontera entre México y EEUU. En sus letras enaltecen a Pablo Escobar –hombre de familia y el padrino de los pobres [que] repartió placer al mundo entero– o atacan a Fidel Castro y mezclan en el mismo crisol caudillos, delincuentes, mojados, coyotes, violadores, asesinos, "greñudos locos", indios, putas, tráficantes, bandoleros, culeros, rateros, santeros, balseros, gente del barrio, zapatistas y demás pinches personajes.
Lo cierto es que distinguir el grado de parodia y sátira no es tan sencillo. No solo para los fanáticos. Al seno de la banda ha habido controversia por un alegato nacionalista postulado desde el vientre de la bestia. Si bien es en contra de los americanos más conservadores, surge de chicanos que hablan un español algo precario
2 y están acompañados por güeros que ni spanglish balbucean. En parte, eso causó el cisma de la banda, tras el cual se retiraron los miembros fundadores Dino Cazares y Nicholas Barker.
Así como hay quienes siguen creyendo que la bruja de Blair existió y que realmente ocurrió lo que muestran en Holocauto Caníbal, todavía –según comentarios que oí–, había entre los que iban a ver a Brujería quienes pensaban que efectivamente eran criminales buscados a lado y lado del Río Grande o Bravo del Norte con un rastro de decapitaciones a su paso, como hacen los narcos de allá y los de aquí, seguramente influenciados por los escabrosos relatos de la música norteña, y no reconocían en el escándalo y la polémica que deliberadamente buscan ser satanizados de forma mediática –lo que puede reportar enormes beneficios económicos como los obtenidos por Marilyn Manson–, un esfuerzo que a ellos les generó una masa de seguidores incondicionales que los convirtió en banda de culto.
Allí estaban pues, en la guitarra, Hongo (Shane Embury), quien ya había estado en Colombia como bajista de Napalm Death; en la batería, Podrido (Adrian Erlandsson), que había estado en nuestro país con Cradle Of Filth y habrá de volver con Carcass, banda con la que también vendrá el bajista Jeffrey Walker quien, como El Cynico, tocó en aquella ocasión en Bogotá con Brujería. Y los cantantes Fantasma, descrito como el cubano más mexicano del mundo, y Juan Brujo, que blandía con orgullo el machete en un gesto que vaya uno a saber que tan apropiadamente hayan interpretado los metaleros, esos de quien incluso se burlaron llamándolos «greñudos fresas» que «hasta vírgenes serán», en tanto echaban chingazos, daban consejos narcos, proclamaban consignas como «¡Viva México, cabrones!» y pedían una –no un– Cuba libre.
El rebaño de güeyes, como nos decían, disfrutaba con cada una de sus canciones: "Matando Güeros", "Misas Negras", "Raza Odiada (Pito Wilson)", "Colas de Rata", "La Migra", "Revolución", "La Ley de Plomo", "El Patrón", "Brujerizmo", "Marcha de Odio" y "Anti-Castro"... Alrededor de 60 mil asistentes nos reunimos en aquella jornada postergada que llegaba a su fin y con ella la decimotercera versión de Rock al Parque, en el año 2007. Y sí, salimos de allí satisfechos y, ¿por qué no decirlo?, contentos con lo que habíamos apreciado. Ya había olvidado lo ocurrido poco después de mi llegada cuando me había entrometido en un asunto que no me incumbía en favor de chicos que jamás me lo agradecerían y había puesto en riesgo mi propia seguridad y la de mis acompañantes. Esto me lo recordó un hombre mayor que me preguntó, en el microbús en que regresaba a casa, si venía del concierto y me contó que había dejado ir a su hijo adolescente pese a su aprensión hacia este tipo de eventos. Se me ocurrió que podría haber sido alguno de los chicos que habíamos salvado... El viejo y yo charlamos y quedó gratamente impresionado porque un sujeto que asiste a un concierto de rock pesado, «esa música metálica» la llaman los legos, tuviera educación superior, sentido común y un grado de consciencia suficiente como para saber que la violencia no resuelve mucho que digamos. Me sentí casi orgulloso, luego de haberme sentido antes tan avergonzado por vestir de negro, llevar el pelo largo, apasionarme por el heavy metal y hablar de manera intransigente para demostrar la pureza de mi odio en contra de casi todo.
Rock al Parque 2007 había concluido. Los conciertos habían reunido a miles de personas y casi 50 bandas. Debido al extraño fenómeno climático que azotó la ciudad el sábado 3 de noviembre se canceló el evento y tuvo que ser reformado al día siguiente y restituída la jornada correspondiente, el día del metal, una semana después. Con eso resultó perdiendo la banda paisa de hardcore Grito de Medellín que no se presentó. Los cambios, sin embargo, permitieron que tuviéramos la visita de agrupación de Los Angeles Brujería. Y el vendaval nos deparó la posibilidad de contemplar una maravilla natural nunca antes vista. Y yo había estado allí como en 11 ocasiones anteriores, año tras año, fiel a algo que me ha hecho, unas horas de mi vida, feliz.
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1 (hago un paréntesis para decir que no sé cómo los españoles pueden ser tan torpes de decir «en directo», en vez de «en vivo», y tienen la desfachatez de traducir live album como disco en directo).
2 «dició», en lugar de «dijo» es uno de los errores más frecuentes que cometen.
pabloexiste entre la gente

1 comentario:

VIOY dijo...

Muy bacano una mezcla de Genet y de Pirry, en serio bueno porque no manda esa cronicas a la rolling stone, yo tengo el dato si quiere hablamos chau