lunes, 20 de octubre de 2008

DÍA 2

Grita lo que sientes
grita lo que ves
grítalo pronto que es tarde después
no te calles
Ultrágeno
No lo sé

Peleado con su sombra,
descontrola y detona
mastica bronca y no la traga,
larga espuma por la boca.
Fruto de una vida dura,
dinamita pura,
cagándose en todo, nunca piensa
y así actúa...
Carajo
Chico Granada

El segundo día, domingo 4 de noviembre de 2007, la programación de Rock al Parque fue alterada debido a las dificultades climáticas del día anterior. Se habilitó únicamente el escenario Plaza. Originalmente estaba planeado que se presentaran 17 bandas, finalmente tocaron 11, incluyendo 2 internacionales que estaban para el sábado. Divididos de Argentina, Finde y Thermo de México –que habían sido anunciados– no estuvieron. Vulgarxito, Chucho Merchán, Nadie, Black Sheep Attack, Huevo Atómico, Zelfish Pérez y Cienfue (de Panamá) pasaron para el día siguiente. Experimento Aleph fue puesto en el día del metal. Llegamos, además de Cabeto y yo, mi hermano mayor, mi hermano menor y mi hermana para rockear fraternalmente. Lamentablemente no alcanzamos a ver a Triple X, una singular banda de punk rock con algo de psychobilly y surf que resulta entretenida.
A los que sí vimos fue a los bostonianos de Have Heart, una banda de hardcore que aunque se formó en este siglo pertenece a la vieja escuela y puede inscribirse dentro del movimiento straight edge (vegetarianos, ecologistas y en contra del abuso de sustancias y el libertinaje sexual). Su mensaje positivista es emitido con tal convicción y persuasión que parece arrojado con rabia. Cuando se define una actitud específica o se establece un comportamiento conforme a unos parámetros, se corre el riesgo de caer en sectarismos o en una terrible confusión. Eso cabe para cualquier movimiento cultural o contracultural. Por suerte, parte de la globalización permite superar muchos prejuicios –aunque genera nuevos– gracias a la integración y la participación (que, igual, son relativas, por no decir insignificantes). Dentro de lo que se conoce como heavy metal o simplemente metal –que hace parte de ese amplio género que es el rock o rock and roll– hay muchas divisiones y subdivisiones y territorios claramente demarcados que como toda frontera son imaginarios... Si uno conoce algo de esto sabe que thrashers y blackmetaleros van por caminos diferentes y que en el hardcore hay desde los que tienen tendencias neonazis hasta los que son antifascistas pero nunca se termina por entender cuál es cuál...
Uno de los prejuicios arraigados del metal es que a él no deben pertenecer negros o gente de color o afrodescendientes, como les dicen ahora. Eso, claro, es discutible. Quizás sea una prevención infundada, hasta absurda, pero lo cierto es que existe. Curiosamente en medio de la presentación de Have Heart fui testigo de una paradójica situación. Como la música de esta banda es pesada, muchos de los que se hacen llamar metaleros aprovecharon para hacer un violento pogo y descargar en él su odio y su frustración. Se formó un corrillo de tipos que se partían la madre al ritmo de la banda de Massachusetts. Y alrededor un círculo de espectadores, entre los cuales había un corpulento negro que pugnaba por entrar al agresivo baile. Tenía el pelo corto, la piel oscura y ¡llevaba una camiseta de Darkthrone!... Si al menos hubiese tenido una de Suffocation o Sepultura con Derrick Green, o mejor una de Hirax o Bodycount. Pero no. Y para colmo, va y se mete en el pogo a repartir golpes a diestra y siniestra. Para muchos ese imbécil era un completo blasfemo frente lo que el metal pesado pueda significar. Sin embargo, nadie era capaz de enfrentarlo y terminó imponiendo su hostigante presencia, hasta que un sujeto menudo vestido con pantalones cortos, tenis, una gorra y un buzo deportivo, apariencia de B-boy (el que hace breakdance), entró y delante de sus narices hizo una exhibición de freestyle totalmente acorde con el ritmo sincopado y groovie del breakbeat que interpretaban en ese momento los norteamericanos. Hasta los más melenudos aplaudieron al chico, que –no sobra decirlo, era blanco–. El negro sintiéndose fuera de lugar, como mosco en leche, cesó su violencia y se hizo a un lado. Por el resto de la presentación la gente estuvo haciendo mosh, modalidad de baile más en consonancia con la música que estaban tocando.
A propósito de imprudencias, la organización decidió que siguiera Azafata, de Argentina. Una banda de pop rock con inclinación hacia el glam, look con un toque de travestismo y una mujer en la batería. Tenían vitalidad y, creo, encararon con altura un público en contra que pedía a gritos metal. Su música es sexy, pero la horda salvaje quería destrozarlos por acaramelados. Eso suele suceder cuando en Rock al Parque, en nombre de una mal interpretada tolerancia, quieren poner en el mismo saco tendencias musicales más que diversas, divergentes, opuestas, y condicionar al público a aceptarlo. Eso me parece arbitrario. La dictadura de la democracia. De todas maneras, la actitud de los músicos durante su puesta en escena puede ser determinante para la manera cómo el público los rechace o los acoja. Y fue así que la soberbia con que los argentinos respondieron a la hostil recepción que les dieron contrastó con la sencillez con que los ecuatorianos de Rocola Bacalao se granjearon la complacencia de los asistentes. Es cierto que había transcurrido el tiempo y los ánimos se habían moderado y el público ahora era más variado que antes cuando la mayoría estaba compuesta por ávidos rockeros pesados. El caso es que con su canción "La Papa" y la versión del tema de "Los Simpsons", «la banda más chimba de Ecuador» como se autoproclaman, con su aire de ska y rock fusión, fue aclamada.
Los sonidos fuertes volvieron con Agent Steel, veterana banda californiana de thrash speed metal, fundada en los 80 y reformada a finales de los 90. Si bien, como se menciona por ahí, ha mantenido el bajo perfil en los últimos tiempos y en nuestro país era desconocida, la agrupación evocaba otras semejantes como Overkill, Nuclear Assault, Dark Angel o Sadus y eso ya era bastante como para saciar el voraz apetito de los fanáticos del metal presentes. Además, el parecido del cantante con un mesurado James Hetfield (de Metallica) y del bajista con Tom Araya (de Slayer) alentaban las acomodaticias comparaciones. Para apretar el nudo, hicieron un cover de Judas Priest: "The Ripper", un tema de los primeros años, perteneciente al segundo álbum de la mítica banda británica, Sad Wings of Destiny, de 1976. La voz aguda con los ansiados gritos propios del género, los high pitched screams, el buen tándem de guitarras y la consistente base rítmica hacían del espectáculo brindado por Agent Steel algo memorable de Rock al Parque. El fuego en la hoguera se avivaba.
Y la mecha se mantuvo encendida gracias a Carajo, power trío argentino integrado por Marcelo Corvalán en la voz y el bajo, Andrés Vilanova en la batería, ambos ex-A.N.I.M.A.L., y el guitarrista Hernán Langer. Su planteamiento de Nu Metal con rastros de grunge y tintes de hardcore hizo sacudir la cabeza y puso a poguear a más de uno. Su interpretación de "Smells Like Teen Spirit", el hit de Nirvana, agitó la multitud. Menos afortunado fue el fragmento de "Walk" de Pantera que tocaron y nos dejó iniciados, listos para reventarnos la crisma. También recordaron los viejos tiempos al lado de Andrés Giménez en A.N.I.M.A.L. con "Loco Pro", esa canción que celebra el carpe-diem. Yo me di por bien servido con su éxito "Chico Granada".
La flama, sin embargo, fue apagándose con Tr3s de Corazón, banda paisa de punk rock, que no cayó muy bien al público bogotano. La energía con la que comenzaron, poco a poco fue mitigándose, pese a que el entusiasmo que mostraban ante las cámaras no disminuyó ni por un instante. El ímpetu de su tema comprometido, "Justicia", fue opacado por cancioncillas pegajosas que hablan de rebeldía chic como "Sigo Recordando" o "Por Siempre". Su aspecto rozagante de niños bien, tan contrario al escuálido y demacrado semblante tradicional de los punks, no hacía sino agravar la mala impresión que causaban. De lo que no quedó dudas fue de su erección como una banda con proyección internacional. Pues mientras en el Parque Metropolitano Simón Bolívar, cientos de personas los abucheábamos, les insultábamos y les enseñábamos el dedo cordial de forma incordial, a manera de pistola cargada en su contra, en la transmisión por televisión la imagen que quedaba en los televidentes era la de una banda triunfadora. En una de las pantallas laterales retransmitían la señal de Canal Capital y ahí lo que se apreciaba era la hiperrealidad que modificaba a través de la perspectiva dada la verdadera realidad de unos metros más allá. Es decir, mostraban a la banda que hacía caso omiso a las rechiflas y la parte de VIP donde estaba la gente de los medios, la organización y las otras bandas, y sus acompañantes que por supuesto seguían el juego y secundaban a los paisas.
Era el turno del Cuarteto De Nos, una excelente banda uruguaya que dio la grata sorpresa del día. La agrupación apenas ahora, casi 30 años después de que se formara, se conocía gracias a su primer disco internacional, Raro, luego de diez anteriores desde 1984, y al video de su canción "Yendo a la casa de Damián", que tanto rotara en MTV. Su rock interpretado con propiedad y pincelazos de la destreza que otorga la experiencia, encajaba perfecto con su puesta en escena, incluido un entretenido espectáculo visual en video, y, particularmente, con el contenido de sus letras en las que se describe de manera sardónica la cotidianidad actual, que es universal, desde un punto de vista hedonista, nihilista y escéptico, en clave de humor. Esto presente no solo en un tema insigne como "Yo No Sé Qué Hacer Conmigo", sino en otros como "Me Hace Bien, Me Hace Mal" (todo lo que me gusta es pecado o hace mal, todo lo que me gusta es muy caro o ilegal), "Hoy Estoy Raro" (hijo único de la casualidad, mi padre era hippie y mi madre era fan), "Así Soy Yo" (no tengo penas ni tengo amores y así no sufro de sin sabores... con todo el mundo estoy a mano; como no juego ni pierdo, ni gano... no tengo mucho ni tengo poco; como no opino no me equivoco), "Invierno Del 92" (era linda aunque con mal aliento pero le cedí la mitad de mi asiento; «lo lamento», me dijo con acento; «al lado de un degenerado, no me siento»), "Me Amo" (yo me llevo solo bien conmigo; yo del mundo soy el ombligo... de mi vida yo hablo mucho y cuando me hablan yo nunca escucho... y soy de mi propia secta; soy mi pareja perfecta... y sí, yo soy así; propongo un brindis por mí), "Necesito Una Mujer" (necesito una mujercita que me quiera en serio y que tenga mucha guita; que me diga que soy un hombre divino y que tenga plata para tomar otro vino), o "Pobre Papá", cantada por el bajista (si el trabajo es salud, que trabajen los enfermos). Desde luego, tuvo una buena acogida. Caló en el gusto del público.
Siguieron los Catupecu Machu que asistían al evento por tercera ocasión, esta vez convocados a última hora para sustituir a sus compatriotas de Divididos. Creo que aparte de las ganas que le pusieron y el vigor que derrocharon, no fue mayor el aporte de estos argentinos que hacían alarde de su escasa habilidad. Nada encontraba yo de novedoso en temas como "Magia Veneno", cuyo riff parece robado a una canción de Madonna, o la versión de "Hechizo" de Héroes del Silencio. Sus letras son de una incoherencia absoluta, seguramente fruto de una escritura automática irresponsable, y su sonido es como un insípido y embriagante cóctel hecho con lo que toman de aquí y de allá. No eran lo que más hubiese querido en ese momento (además su presentación se prolongó más de lo necesario).
En cambio, lo que vino después era lo que mayor expectativa había despertado en mí: los neoyorkinos de Coheed And Cambria. Luego de ver al Cuarteto De Nos, habíamos avanzado con dificultad hacia adelante, entre la compacta masa de público que se resistía a ceder un lugar. Sólo mi hermano menor y yo logramos llegar hasta donde se ubica la barrera de seguridad que separa a los espectadores de la zona VIP –reservada a privilegiados que definitivamente no se lo merecen–, ubicada delante del escenario. Mientras Catupecu Machu castigaba mis oídos debí disputar el puesto ganado en ardua puja ni más ni menos que con una vieja que podría ser mi abuela y estaba allí con su hija o nieta enarbolando la bandera dada por la divulgación del festival al promover una convivencia forzada como aquella. No iba a permitir que se saliera con la suya gente como esa, ubicada en el lugar equivocado, queriendo participar de algo totalmente ajeno y desplazando a quienes sí pertenecían allí... como yo, que al estar desempleado no había podido ir, tiempo atrás, al concierto de la banda americana en Bogotá y ahora que tenía la oportunidad de verla en vivo y en directo no iba dejar que nadie me lo impidiera. Con esfuerzo me sobrepuse a la arremetida de la vieja que con su rechoncha mole corporal estrujaba mi enjuto corpezuelo. Sofocado y triturado, vi cómo la invenerable anciana, desconcertada y aburrida, harta de empujarme, de escuchar y ver algo que a las claras no entendía ni disfrutaba, y de atraer miradas de curiosos fascinados con su pintoresca presencia, por fin se largó.
Y justo antes de que saliera al escenario Coheed And Cambria que comenzó su repertorio con "Welcome Home". La banda expuso con suficiencia lo progresivo de su música y lo conceptual de su temática, basado en el universo de los cómics que crea Claudio Sánchez, vocalista y guitarrista, de enmaraña melena, quien demostró su destreza, no exenta de cierto virtuosismo, con el respaldo de los demás integrantes, igualmente músicos de cualidades excepcionales. Son capaces de hacer temas tan pegajosos como "The Suffering" hasta densas composiciones de la talla de "The Willing Well IV: The Final Cut". Durante ésta, Sánchez tocaba la guitarra con lo dientes en tanto Travis Stever, el otro guitarrista, jugueteaba con el efecto de talk box, y bajista y baterista hicieron solos en los que alcanzaban sonoridades propias del jazz. La apoteosis se desencadenó cuando en la interpretación de "Everything Evil" pasaron sin mayor transición a "The Trooper", célebre clásico de Iron Maiden. Todo nuestro frenesí se desbordó... Fue maravilloso.
Y había más.
La reunión, después de 5 años de su disolución, de Ultrágeno (banda bogotana que ha dejado su impronta en la historia del rock nacional y una indeleble huella en la memoria de sus fanáticos) era esperada con ansías. Todo comenzó con una ovación por parte del público al verlos salir y un fraternal abrazo de reencuentro entre los integrantes del grupo. Amós Piñeros, vocalista, tomó en sus manos el violín (inusual instrumento dentro del rock que él ha sabido incluir) e interpretó la intro de "La Juega" en tanto las pantallas proyectaban el video-clip de la canción. Como siempre lanzó sus consignas, que no son frases cliché de esas que generalmente usan los cantantes de la bandas de rock, sino auténticas invitaciones a la reflexión y, sobre todo, como él mismo lo proclama, a la acción: la revolución cotidiana del individuo... Con la cara alzada, la mirada al frente tocaron temas como "La Inconvenientemente", "Drulos", "Pálpito", "En Vos Confío", "Ultrágeno", "Almuerzo Ejecutivo", "Código Fuente", "Nulo" y "No Lo Sé"... Exudando energía y demostrando todo el poder de su música que es la mejor garantía de su frontal e inteligente discurso (si tu verbo empuja, actúa en consecuencia), Ultrágeno hizo que se sacudiera el letargo la juventud bogotana, raza hija de la furia, que palpitaba como un solo corazón acelerado, clamando como una misma tribu unida por el frágil hilo de la emoción.
Finalmente la jornada del domingo llegó a su fin y las miles de almas rockeras congregadas en el Parque Metropolitano Simón Bolívar partimos como un ejército de guerreros fatigados que regresa después de una cruzada.
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yo en medio de la multitud y al lado de la gorda

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